OPINIÓN

Un análisis crítico sobre los monstruos y la otredad negativa

27/01/2023

El juicio por el crimen de Fernando Báez Sosa abrió un debate sobre la violencia asociada a la práctica del rugby. El abogado Marcelo Boeykens reflexiona sobre los riesgos que implica pensar que el crimen fue cometido por un grupo de monstruos y no por personas que podrían ser un vecino, compañero de trabajo, aquel que va a misa los domingos o alguien que se muestra tan gentil en la fila de la verdulería.

Un análisis crítico sobre los monstruos y la otredad negativa

Marcelo Boeykens (*)

 

“Quien con monstruos lucha, cuide de convertirse a su vez en monstruo.
Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti»

Friedrich Nietzsche

 

Hannah Arendt, en su clásica obra Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal (1), esboza un concepto o una categoría analítica que acuña como la banalidad del mal describiendo cómo un sistema de poder político puede trivializar el exterminio de seres humanos cuando se realiza como un procedimiento burocrático ejecutado por funcionarios incapaces de pensar en las consecuencias éticas y morales de sus propios actos.

Arendt, durante el juicio llevado a cabo en 1961 en Jerusalén contra el teniente coronel de las SS y uno de los mayores criminales del nazismo, Adolf Eichmann, va desentrañando la personalidad del acusado, analizando su contexto social y político y su rigor intachable a la hora de organizar la deportación y el exterminio de las comunidades judías. Pero lo más interesante para lo que aquí interesa es la advertencia que nos deja la escritora de origen judío nacionalizada estadounidense en orden a los peligros que puede conllevar la irreflexión a la hora de analizar a quienes cometen o han cometido crímenes horrorosos o crímenes que generan una gran sensibilidad social, como puede ser el crimen de Fernando Báez Sosa, ocurrido el 18 de enero de 2020 en Villa Gesell a manos de un grupo de jóvenes de su misma edad, señalado como un grupo de rugbiers, chetos, hijos de puta, cobardes, patoteros, asesinos, hijos sanos de patriarcado, oligarcas, clasistas, etcétera, etcétera, etcétera; en fin, un crimen cometido a manos de un grupo de monstruos, no de personas.

Arendt advierte, al encontrarse frente a Eichmann, que “a pesar de los esfuerzos del fiscal, cualquiera podía darse cuenta de que aquel hombre no era un monstruo” (sic). Ella ve a un hombre no muy inteligente que habla con frases hechas y a quien le sigue preocupando no haber llegado a coronel. Observa que el imputado no es un fanático antisemita, ni un genio del mal, ni un loco que obtuviera placer al saberse responsable de la muerte de millones de personas. “Únicamente la pura y simple irreflexión (…) fue lo que le predispuso a convertirse en el mayor criminal de su tiempo”, reflexiona la escritora. “No era estupidez, sino una curiosa, y verdaderamente auténtica, incapacidad para pensar”. Claramente Arendt no lo exculpa de su responsabilidad, al contrario, acompaña la sentencia que lo condenó a la horca, sino que se da cuenta que ese vecino nuestro, que el compañero de trabajo, el que va a misa los domingos, que pasea el perro, que tan gentil se muestra en la fila de la verdulería, puede ser o convertirse en asesino, que no se encontró con un monstruo como pensaba ni como señalaba el fiscal, porque los monstruos, como ya lo sabe bien mi hijo Eliseo, de 7 años, aunque aún me cuesta sacarlo de la cama, los monstruos no existen.

Esta conclusión a la que llega Hannah Arendt es trasladable a nuestra realidad para lograr comprender que los femicidas pueden estar en nuestras camas, aun cuando haya patrones comunes que nos puedan advertir que algo está mal.

Ahora bien, volviendo a los “monstruos” de Zárate, es terriblemente irresponsable y peligroso estigmatizar, siempre lo es, pero sobre todo lo es la construcción de un otro negativo, acuñada como “otredad negativa” (2) por el sociólogo Daniel Feierstein, porque la otredad despersonaliza, porque yo ya no tengo que ver con eso, si yo no soy rugbier, si yo no soy machirulo, si yo no soy cheto, ni mis hijos ni mi entorno, son otros, los otros, los monstruos de los que nos habla el ex Bailando por un sueño, Fernando Burlando.

Esto es, lisa y llanamente, no hacernos cargo. Va de suyo que aplica también, y principalmente, para la estigmatización de otros negativos como “el pibe chorro” o como fue “el delincuente subversivo”.

Si el rugby tiene parte de responsabilidad en el caso de Fernando, y en otros tantos casos también hacia dentro del deporte y hacia afuera, hacemos la autocrítica en el rugby y trabajamos para la erradicación de toda forma de violencia en el deporte desde las uniones y los clubes, pero este esfuerzo no alcanza, tampoco alcanza que los ocho imputados reciban penas irracionales de 35 años ni que se pudran en la cárcel. Eso no va a terminar con los asesinatos premeditados, ni con los homicidios preterintencionales, ni con los homicidios en riña, ni con las pelas fuera de los boliches, tampoco con las discusiones de tránsito que siempre terminan mal, si no entendemos que el problema no es de otro ni de otros, sino que el problema es de todos. Así como queremos que nuestros hijos puedan andar libremente y puedan salir a bailar sin que sean asesinados, también tenemos que hacernos cargo y criar hijos que tampoco sean asesinos, ni femicidas ni violentos y allí sí habremos aprendido algo de todo esto, ahí radica el saldo civilizatorio que propone Friedrich Nietzsche en La genealogía de la moral (3), porque no fueron monstruos, los monstruos no existen, los creamos o nos los crean, pero no existen.

Verdad, memoria y justicia, siempre.

(*) Abogado, ex jugador de rugby, entrenador y padre.

Referencias bibliográficas

(1) Conferencia de Hannah Arendt. Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal. Barcelona, Lumen, 1979.

(2) Conferencia de Daniel Feierstein. El Genocidio como práctica social. Entre el nazismo y la experiencia argentina. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2007.

(3) Nietzsche, Friedrich. La genealogía de la moral. Alianza Editorial, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 2012.