BAJO PERFIL

Una paranaense tras bambalinas de Revolución Federal

30/10/2022

Se llama Dalila Monti, es paranaense, tiene 24 años e integra Revolución Federal, el grupo de la ultraderecha liberal que quiere a los kirchneristas “presos, muertos o exiliados”. En una entrevista con Página Judicial cuenta su historia y qué piensa de la política. Un viaje a lo profundo de grupo que irrumpió en forma efímera en la escena política con un temperamento agresivo como forma de intervención en el espacio público.

Una paranaense tras bambalinas de Revolución Federal

Juan Cruz Varela
De la Redacción de Página Judicial

 

Son las seis de la tarde en Ciudad Paisaje. La gente se amontona en el centro. Ella está en la mesa de un bar, junto a la ventana, sentada de espaldas a la Plaza 1° de Mayo. Cinco días atrás, efectivos de la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA) detuvieron en Paraná a Jonathan Morel, líder de la agrupación Revolución Federal. A partir de ahí, “un desastre”, dirá ella en un momento, una suerte de desbande.

Ella es Dalila Monti, paranaense, 24 años, que estuvo en la cocina de Revolución Federal, uno de esos grupúsculos asociados a una derecha radicalizada que salieron a la luz después del intento de asesinato de Cristina Fernández de Kirchner.

Dalila es el motivo que trajo a Jonathan Morel a Paraná. “Había ido de visita a la casa de unos amigos. Solamente eso”, dijo el abogado de Morel cuando se le preguntó sobre qué hacía en la ciudad. Nunca habló de ella. “Amigos”, dijo, sagaz.

Esta tarde, los parroquianos asisten ajenos a los rigores de una entrevista formal en la que ella en ningún momento perderá de vista la luz roja del grabador encendido. No se desenfocará ni permitirá que la radiografíen sino hasta donde ella disponga. Dirá entonces que es amiga de Jonathan Morel y de Leonardo Sosa, los fundadores de Revolución Federal, y se reivindicará como una Mabel. Saltaron a la fama cuando arrojaron antorchas encendidas contra la Casa Rosada y cuando acosaban a funcionarios por la calle con gritos, insultos o amenazas. Ella estuvo ahí.

Desde hace un tiempo, sobre todo en redes sociales, vienen utilizándose nombres específicos para referirse a un tipo de persona. La Mabel es el despectivo que encarna a mujeres que se presumen inteligentes y no lo son; antes era doña Rosa.

Dalila se reconoce como una Mabel. Se presenta como parte de una generación de jóvenes desencantados, que descree de la política y repudia a los políticos. Pero hay que avanzar en puntas de pie para escudriñar en su narrativa libertaria. Leer entre líneas lo que dice.

En primera persona

Dalia Monti es paranaense. Vivía –y ahora lo hace circunstancialmente– en un barrio en la zona este de la ciudad (que prefiere no revelar), a media hora del centro en colectivo. Su padre era cabo del Ejército hasta que tuvo un accidente y le dieron la baja; ahora es ordenanza en una institución de salud. Su madre estudia arte y es ama de casa. Tiene dos hermanas. Un aro que le cuelga en la nariz y la palabra “libertad” tatuada en el pecho son rasgos distintivos en su cuerpo.

En su casa, dice, no se hablaba de política. Ella empezó a interesarse en la escuela secundaria:
–Yo antes era kirchnerista, pero por una cuestión de escuchar y repetir consignas, nunca cuestionarme las cosas ni preguntar; a medida que fui creciendo empecé a entender ciertas cuestiones que me hicieron cambiar el modo de ver las cosas, y una vez que cambiás, ya no hay vuelta atrás.

El click, dice, lo hizo en 2019, cuando cursaba el seminario de ingreso de la Licenciatura en Ciencia Política, en la Facultad de Trabajo Social de la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER):
–Son muy militantes ahí, hay mucha doctrina política y te hacen ver que algo no está bien. Una vez pregunté en clase qué era el neoliberalismo y la profesora me maltrató, me humilló delante de doscientas personas. Entonces empecé a cuestionarme las cosas, me puse a buscar… y una vez que te cierran las cosas, ya no hay más vuelta atrás –repite.

Antes de que terminara el primer cuatrimestre había abandonado la facultad. Entonces repartió currículum, empezó a hacer accesorios –sigue haciéndolos–, que vendía por internet o en ferias, y desplegó un hobbie: cosplayer, que es la representación a través de un disfraz de un personaje de ficción, en su caso, de videojuegos.

“A los amigos, abrazo; al Estado, bombazo”, escribió en su perfil de redes sociales en aquel iniciático proceso de radicalización.

–¿Hay algún dirigente político con el que te sientas representada?
–No… la verdad que no. Siento que todos son parte de lo mismo. Creo que esto no se arregla con un político sino que la gente se tiene que organizar y decir “esto está bien y esto está mal”; y lo que está mal, no se hace. Punto. No importa qué político sea. Cuando no se respeta la ley, la gente tiene que salir y decirle al político “estás haciendo las cosas mal, por favor soluciónamelo”. Porque ellos prácticamente son empleados nuestros.

–¿Y a lo largo de la historia?
–No, tampoco. La verdad que no.

–¿En doscientos años de historia argentina no te representa nadie?
–La verdad que no, no me representa ninguno. Porque al tema de la historia lo agarro mucho con pinzas. Vamos a ser realistas, la historia muchas veces se escribe a conveniencia y uno nunca sabe qué pasó realmente. Yo vivo el día a día, hoy no estoy bien, veo que la gente no está bien y a mí no me va a salvar la vida un prócer de hace ciento cincuenta años. Las cosas se tienen que solucionar ahora…

–Te lo pregunto porque a lo mejor pensar el pasado puede servir como referencia para decir: este país se jodió a partir de un determinado proceso histórico…
–Ah, eso sí: a partir de Perón el país está en decadencia y nunca se solucionó nada…

–¿Por qué lo decís?
–Por todas las cosas que hizo ese tipo: ha metido nazis en el país… se ha adueñado de decir que es quien ha dado los derechos, quien ayudó a la gente, y eso no es así… Populismo. Desde que existe el populismo, el país está en decadencia.

Presos, muertos o exiliados

La vida de Dalila, como la de todos, se detuvo durante la pandemia. En enero de este año se instaló en Buenos Aires. Viajó con su hermana y su cuñado, pero ellos no se adaptaron y volvieron a Paraná. “Todo fue peor cuando quedé sola”, dice. “Trabajaba limpiando casas y cuidaba a una señora que no me pagaba un sueldo pero me dejaba quedarme, así que limpiaba, la acompañaba y compartíamos los gastos de comida y de lo que se compraba. Hasta que la señora tuvo un accidente, casi se muere y yo quedé sin saber adónde ir. Ahí es donde me voy a vivir con Jonathan”, cuenta. Era el 1 de agosto. Faltaba un mes para que Fernando Sabag Montiel gatillara un arma a quince centímetros de la vicepresidenta.

Revolución Federal antes no se llamaba así. Era Rebelión Federal. Así los conoció Dalila. El flechazo se produjo el 11 de mayo:
–Yo estaba en la Feria del Libro para ver a Agustín Laje. Estuve ahí, me saqué una foto y el fotógrafo me invitó a la siguiente presentación, que era de (Javier) Milei. Estaba en duda sobre si ir o no ir y terminé yendo. En la fila para entrar a verlo, Leo (Leonardo Sosa) me quiere dar un papelito y le dije que no porque tenía la imagen de Cristina y Alberto. Me insiste y me dice que me iba a interesar. Cuando lo veo era una convocatoria para el 25 de mayo. Cuando llegó ese día no tenía en la cabeza ir, pero fui porque sentí que me iba a interesar. Ahí los conocí. Eran cinco personas, seis conmigo.

Fue la primera aparición pública del grupo fundado por Leonardo Sosa y Jonathan Morel; la marcha de las antorchas frente al Cabildo en la que invitaban a “perseguir políticos y periodistas que fueron cómplices de la vuelta del kirchnerismo”.

Le siguieron otras que registraron en sus redes sociales: una protesta frente a la Quinta de Olivos que organizaron con Equipo Republicano –el grupo que se manifestó en Paraná durante el jury a la ex procuradora adjunta Cecilia Goyeneche y hostigaron a los abogados defensores del ex gobernador Sergio Urribarri–; escraches el día de la asunción de Sergio Massa; otra manifestación con horcas y guillotinas en la Plaza de Mayo; un escrache frente al Instituto Patria; la marcha de antorchas contra la Casa Rosada, que inicialmente se había convocado para el 15 de agosto, pero pasó para el 18 de ese mes. En todas el hasthtag era “van a correr”. En todas estuvo Dalila.

“El tema de las antorchas genera fuerza, llama la atención”, sostiene.

–¿Cómo se pensaban las acciones de Revolución Federal?
–El tema del escrache no se planeaba… la verdad es que nunca hubo mucha organización, era todo un despelote, entre que uno no podía y los horarios. No había una organización de hacer tal cosa o tal otra. Lo que hacía Jonathan era preguntar quién podía y así se decidía, entre todos. Lo decidíamos por WhatsApp entre todos.

–¿Y los escraches?
–El escrache era espontáneo. Ninguno de nosotros iba a decir de pegarle a un auto o escrachar. Era espontáneo. Los ves y te generan bronca porque se creen intocables, dueños de todo; o sea, vos estás abajo pidiendo una respuesta o que bajen y, mínimo, den la cara para darte explicaciones sobre lo que pasa en el país y ellos te miran desde arriba y se te cagan de risa. Eso genera bronca, porque en definitiva ese lugar es tan de ellos como nuestro.

–¿Y la guillotina?
–Es una maqueta.

–Pero es violento como símbolo.
–Uno lo puede interpretar como quiere…

–Una guillotina es para cortar cabezas…
–Puede ser una cabeza imaginaria; puede ser para decir: acá cortamos con la corrupción, con la delincuencia, con el narcotráfico, con la pobreza. Se puede interpretar como quieras. El arte es así, puede ser muy violento o puede ser muy lindo, pero que te haga daño… es una guillotina de cartón. Y si vas a juzgar una guillotina, juzgá también a quienes hicieron un gato inflable con la cara de (Mauricio) Macri con un tiro en la frente. Eso se hizo y no tuvo consecuencias.

Esa idea naif del “despelote” contrasta con el paso de la violencia simbólica a la violencia física que tenían las manifestaciones organizadas por Revolución Federal. En esa línea, la justicia considera que se trata de una asociación que llevó adelante “un esquema delictivo que diseñaron para imponer sus ideas y combatir las ajenas por la fuerza y el temor” y que a través de las redes sociales crearon un clima de violencia que escaló hasta el intento de asesinato de la vicepresidenta.

–¿Por qué crees que fueron detenidos?
–Los tienen como chivo expiatorio, son perejiles. Es la realidad. No van a encontrar nada…

–A uno de ellos le encontraron 50 mil dólares en la casa…
–Sí, ya sé, a mi amigo (Leonardo Sosa). Esperaré a que declare, a ver qué dice. Yo creo que son ahorros familiares. Hay cosas, momentos, charlas que me han dado a entender que son ahorros familiares.

–¿Y cómo explicás la relación de Jonathan Morel con el grupo Caputo?
–Estoy segura de que eso fue trabajo porque estuve. Yo vi todo. Te puedo asegurar que eso fue trabajo. El 1 de agosto me fui a vivir con Jonathan y a los días él se fue a Neuquén. Vi cuando compraba las herramientas, vi cuando buscaban camiones para llenarlos con las melaninas. El trabajo se hizo. Cierra todo. No van a encontrar nada.

–Pero él mismo dice que al trabajo lo tercerizó.
–Sí, porque la carpintería no tiene la maquinaria para hacer lo que le pedían.

–¿Tenés miedo?
–Por ellos sí. Yo no tengo nada que ocultar. Ellos tampoco. Ninguno. Que conmigo pase lo que tenga que pasar. Pero por ellos sí tengo miedo porque no van a poder probar nada, ninguna relación y no sé qué pueda pasar…

–¿A qué te referís?
–Lo dejo a tu criterio.