OPINIÓN

“Argentina, 1985”: volver al punto de partida

11/10/2022

La película está basada en el Juicio a las Juntas, la causa en la que se determinaron las responsabilidades de los nueve militares que lideraron la última dictadura cívico-militar en los crímenes de lesa humanidad. La abogada Lucía Tejera, querellante en los procesos contra represores, nos trae un repaso sobre el cine y sus circunstancias.

“Argentina, 1985”: volver al punto de partida

Ana Lucía Tejera (*)

 

Antes de ver Argentina, 1985 había leído una nota que decía que la película era como volver al punto de partida.

Lorena Álvarez lo dice así en una nota que en Panamá Revista: “Volver a 1985. Volver a un punto de partida. A ese que, de tantas revisiones, quedó en la trampa de una grieta que viene marcando el pulso hace más de una década. Tan así que ahora ocurre algo afuera del radar progresista: muchos jóvenes nacidos en los 2000, entre memes, han convertido al Ford Falcon verde en un elemento vintage y decorativo, quitándole su peso histórico: un símbolo del terror de Estado. El golpe en los años ochenta estaba a la vuelta de la esquina, la larga sombra en la primavera democrática, y hacia ese lugar nos lleva el film de Santiago Mitre”.

Después verla, y de compartirla en una sala llenísima con gente de diversas edades, coincido con eso y afirmo que ese punto de partida se dio con la exigencia del juicio y castigo.

La película muestra cómo se pergeñó y se llevó a cabo una decisión política que se enfrentó a diversos poderes fácticos que hacían su fuerza para que no avanzara ese juicio. Eso se ve en la película. Y también se ve a un Poder Judicial en una encerrona, intrincado, con algunos personajes siniestros y otros simples hombres grises que transcurren la función pública sin pretender más que hacer bien su trabajo y volver a su casa al final de la jornada, y punto.

Quienes transitamos más activamente las causas de lesa humanidad aprendimos que la disputa de sentido es constante y que siempre se construyen los mecanismos que el Estado necesita para legitimar sus crímenes. Eso aparece reflejado en la película.

Y también está reflejada la potencia de la voz de los sobrevivientes, que acompaña la historia principal para dar cuenta de la dimensión del horror, pero sin hundir al espectador en el horror, porque usa el humor con mucha precisión para mostrar que lo perturbador, que en ese momento histórico también podía resultar paralizante, no resultó así.

Desde el movimiento de Derechos Humanos se asumió como prioritario el juzgamiento la aparición con vida, que digan dónde están, el juicio y castigo a los culpables. Memoria, Verdad y: quiénes eran las víctimas y por qué se las llevaron. Esas consignas se vienen construyendo desde la primera ronda de las Madres de Plaza de Mayo, en plena dictadura, como resistencia a ese poder desaparecedor del Estado genocida.

La película también es oportuna, en un momento en que diversos discursos negacionistas e intentos por relativizar esos crímenes de Estado están en auge.

Para quienes formamos parte del período de reapertura de los juicios, es potente, esperanzador, reconfortante e inmensamente emocionante ver y saber de salas de cine llenas en muchísimas ciudades del país, no solo en las grandes ciudades, porque nos revela una vez más que si bien el escenario judicial sigue siendo una de las herramientas más importantes para comprender los hechos, y las sentencia en cierto sentido son reparadoras para las víctimas y como un principio de no repetición para la sociedad entera, existen otros escenarios donde dar esa disputa de sentido; y en ese sentido el arte es tiene muchísimo más alcance que una sentencia o una audiencia judicial, porque siempre funciona como amplificador de las luchas populares, entonces el arte despierta sentidos e interpela a otros sentidos ya constituidos. Nuestra tarea militante es también estar atentos a eso.

(*) Abogada de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación y querellante en representación de sobrevivientes y familiares de víctimas de la dictadura en Entre Ríos.