VUELOS DE LA MUERTE
Buscan tumbas de desaparecidos en el cementerio de Villa Paranacito
30/08/2021
El Equipo Argentino de Antropología Forense exhumará siete tumbas de personas NN, en el marco de una causa donde se investiga la existencia de vuelos de la muerte en el delta. Un ex sepulturero dijo que policías e integrantes de Prefectura dejaban los cuerpos tirados en el muelle del cementerio, sin identificación y con la orden expresa que los enterrara. Las revelaciones de un represor arrepentido y la hipótesis que se podría acercarlos a determinar de dónde pudieron salir esos vuelos. Escuchalo en Audionoticias.
Juan Cruz Varela
De la Redacción de Página Judicial
El Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) comenzó este lunes un operativo para realizar exhumaciones de personas que fueron enterradas como NN en el cementerio de Villa Paranacito, en el sur entrerriano, y que podrían ser víctimas de la última dictadura cívico-militar.
La medida fue ordenada por el juez federal Pablo Seró en el marco de una causa donde se investiga la existencia de vuelos de la muerte en el delta entrerriano. El objetivo es extraer muestras para cotejarlas en el laboratorio de datos genéticos y establecer si se trata de personas que pudieron haber sido arrojadas desde aviones o helicópteros en los enormes e insondables humedales del sur entrerriano.
La investigación surgió en el año 2003, cuando un policía que había prestado servicios en Villa Paranacito se presentó ante el juez de instrucción de Gualeguaychú, Eduardo García Jurado, para narrarle una historia que lo atormentaba. Una ex novia le había contado que cuando era chica asistió al entierro de un hombre joven que había sido arrojado desde el aire dentro de un tambor de doscientos litros. Tenía la cabeza afuera y el resto del cuerpo asegurado con cemento. “Unos vecinos se juntaron y decidieron darle cristiana sepultura. Me dijo que fue cerca de una escuela y que armaron una cruz y la pusieron. Lo enterraron así como estaba”, contó.
El testimonio pasó a la justicia federal y la historia deambuló por anaqueles judiciales sin que el juez de entonces, Guillermo Quadrini, ni la fiscal Milagros Squivo hicieran casi nada.
Sin embargo, el periodista Fabián Magnotta tiró de la piola y recogió testimonios reveladores de isleños, pescadores, jornaleros, lancheros que revelaban la existencia de vuelos de la muerte en el delta entrerriano durante la última dictadura cívico-militar y los volcó en el libro El lugar perfecto (2013).
El libro recoge testimonios de vecinos que recuerdan haber visto vuelos a distintas horas, de día o de madrugada; sin una frecuencia determinada, “a veces no aparecían en algunas semanas y después, en la semana, dos, tres veces, cuatro, cinco”, dijo uno de ellos; otro cuenta que “entre los años 1977 y 1978, durante el mundial de fútbol, fue la época donde los helicópteros pasaban con mayor asiduidad”. Otro isleño refiere que “pasaban los helicópteros verdes sin numeración; a distintas horas del día, por distintas partes, no siempre por la misma, y arrojaban bultos al agua. Era difícil saber lo que arrojaban, pero después se encontraban cuerpos maniatados”.
Un jornalero contó que en una ocasión vio cuatro cuerpos enganchados en la costa, al sur del río Paraná Bravo; “estaban atados”, dijo, y agregó que un compañero suyo quiso hacer la denuncia en el destacamento de Prefectura, pero le dijeron que si no eran familiares, que se callara la boca. “Los cuerpos quedaron varios días”, aseguró.
Otro testigo contó que una noche, mientras pescaba en el río Paraná Bravo, escuchó un motor que no supo distinguir si era un avión o un helicóptero, y al otro día, cuando salieron a recorrer el trasmallo, encontraron dos cuerpos colgados de los árboles.
Sin embargo, tuvo que pasar un lustro desde la publicación del libro para que la investigación judicial tomara impulso. Eso sucedió a partir de la llegada de Josefina Minatta como fiscal federal de Concepción del Uruguay.
El sepulturero
Las exhumaciones fueron ordenadas tras la declaración de Román Venencio, un isleño que en los años de la última dictadura era encargado del cementerio de Villa Paranacito.
El cementerio está rodeado de agua, como casi todo en ese punto de la geografía entrerriana. Solo se puede ingresar en lancha. Las tumbas se distribuyen en dos sectores, el alto y el bajo. En los años de la dictadura no había un registro de las inhumaciones. La reconstrucción se hizo de manera artesanal, a partir de relatos de viejos trabajadores del camposanto. Esos libros reflejan que las sepulturas están dispuestas de manera cronológica, con una tumba al lado de otra según iban llegando. El trabajo del EAAF estará centrado sobre siete sepulturas señaladas por Venencio.
El sepulturero declaró el pasado 2 de marzo ante el Juzgado Federal de Concepción del Uruguay y contó que, en distintos períodos de tiempo, efectivos de la Prefectura que se desplazaban por esa zona del delta del Paraná trasladaron cuerpos al camposanto en bolsas de nylon y fueron enterrados como NN.
Venencio dijo que personal de la Policía y de Prefectura Naval Argentina dejaban los cuerpos tirados en el muelle del cementerio, sin identificación y con la orden expresa que los enterrara. “Yo siempre peleaba porque querían enterrar los cuerpos así nomás, envueltos en nylon, sin cajón; les decía que había que poner todo en regla, que no podía enterrar un cuerpo sin cajón”, declaró.
Según dijo, los cuerpos habrían sido encontrados flotando en el río, que “casi todos eran varones” aunque también aseguró haber visto una mujer (“tenía el pelo negro”, aseguró). En un caso recordó que los prefectos le contaron que había aparecido colgado de un árbol, otra víctima tenía un disparo en la cabeza y en otra ocasión le contaron que se había ahogado en las aguas del río Paraná.
El testimonio de Venencio sobre los cuerpos que llegaban al cementerio de Villa Paranacito es estremecedoramente coincidente con aquellos que recogió Magnotta para su libro El lugar perfecto.
Un arrepentido y una hipótesis
La fiscal Josefina Minatta, que impulsó de manera decisiva la investigación a partir de 2018, explicó a Página Judicial que en base a las declaraciones de los isleños se verifican dos tipos de hallazgos: “Por un lado, los barriles rellenos de cemento con cuerpos adentro; y, por el otro, los cadáveres envueltos en frazadas con las manos atadas con alambres que aparecían flotando en el agua”.
La abogada Lucía Tejera, querellante en representación de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, destacó que “la fiscal tuvo desde el inicio la decisión de conformar una mesa de trabajo con los organismos de derechos humanos, el Registro Único de la Verdad y la Dirección de Derechos Humanos de Gualeguaychú para pensar estrategias de abordaje a los testigos, que no son víctimas de manera directa ni familiares de víctimas, sino testigos circunstanciales de estos hechos y eso requiere un abordaje especial para vencer el miedo a través de la reserva de identidad a quienes tengan datos para aportar sobre estos hechos”.
Durante el año 2020, los investigadores recogieron testimonios, revisaron libros históricos y recolectaron documentación que les permitiera reconstruir el contexto de la época; y entre febrero y marzo de 2021 recorrieron unos doscientos kilómetros a través del río, guiados por un viejo agente de la Prefectura, junto con integrantes del EAAF.
Cotejaron también documentos y testimonios recogidos en otras causas judiciales, trazaron líneas de investigación y establecieron una hipótesis que tal vez podría acercarlos a determinar de dónde pudieron salir esos vuelos que describen los isleños.
Mariana Larobina, que integra el equipo de investigación del Registro Único de la Verdad, explicó que “al no haber ninguna víctima identificada no es posible determinar quiénes eran las personas arrojadas desde los aviones que describen los pobladores ni en qué centro clandestino de detención estuvieron secuestrados”.
Una pista que ha cobrado fuerza surgió de un documento militar que revela que en 1977 se creó la Sección de Aviación en el ámbito del Segundo Cuerpo de Ejército, que tenía asiento en Rosario y jurisdicción sobre las provincias de Entre Ríos y Santa Fe.
Esa hipótesis cobra fuerza, además, por declaraciones realizadas por Eduardo Rodolfo Costanzo, un integrante de la patota de Rosario que en los últimos años ha hecho importantes aportes en los procesos de memoria, verdad y justicia. Fue, por ejemplo, quien reveló que Raquel Negro había dado a luz a mellizos en el Hospital Militar de Paraná en marzo de 1978 y dijo que la beba había sido abandonada por otros integrantes de la patota en la puerta de un convento en las afueras de Rosario, lo que permitió la restitución de la identidad a Sabrina Gullino.
Costanzo declaró hace unos días no hizo nuevos aportes. Pero su declaración en el juicio por robo de bebés que se realizó en 2011 en Paraná fue reveladora porque habló de los vuelos de la muerte. Contó con un pormenorizado detalle cómo funcionaron los centros clandestinos de detención de Rosario y refirió que envolvió los cuerpos de personas detenidas con frazadas y que los ataron con alambre para luego ser echados al mar. El relato se vuelve truculento cuando describe que a los detenidos los hacían beber de “una botella de whisky preparada en Campo de Mayo por un médico para matar a los presos” y luego eran ejecutados a balazos. Después, según su relato, los envolvían en colchas o frazadas, los cargaban en un camión y “los llevaban al aeropuerto, donde los esperaba el Hércules”. Su testimonio, una vez más, coincide con la descripción que hacían los isleños y con la declaración que hizo recientemente el sepulturero del cementerio de Villa Paranacito. Aunque por ahora es solo una hipótesis.
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