Crisis en el Poder Judicial
Violencia estructural
29/06/2021
La periodista da un paso más a lo que la coyuntura muestra en la agenda diaria y hoy tiene al caso de Verónica Lescano y sus hijos en la lupa que mira un sistema con preocupación.
Sandra Miguez (*)
El incendio de la casilla donde vivían Verónica Lescano y sus cuatro hijes develó una historia de violencia estructural. Verónica había denunciado reiteradamente a su ex pareja y a la pareja de éste. A pesar de disponer de botón antipánico y tobilleras electrónicas, las amenazas no cesaban; por eso, días antes de la noticia que cubrió las páginas policiales, había usado sus redes sociales para decir que se iba a encadenar, apuntando a los funcionarios judiciales: su pedido de justicia no se escuchó hasta la madrugada del viernes pasado, cuando la información terminó poniendo en evidencia la vulnerabilidad extrema en la que vivía.
¿Qué es la vulnerabilidad de la que tanto se habla? ¿Quién o quiénes son personas vulnerables? ¿Cuáles son los indicadores que miden el estado de vulnerabilidad? ¿Quién está midiendo la vulnerabilidad? Estas preguntas que hoy parecen no tener una respuesta unívoca marcan un punto de análisis para entender la complejidad de ciertos problemas sociales. El término, sin embargo, se repite una y otra vez sin que dé lugar a una acción concreta e integral para cambiar ciertos destinos.
Y entonces surje otra pregunta: ¿cuál es el destino de las personas vulnerables? Hace tiempo que los círculos se repiten y no porque sean particularmente virtuosos. Las políticas asistenciales son eso, asistencias temporarias, parches, soluciones parciales y momentáneas ante problemas estructurales.
Entonces aparecen las Verónicas reclamando en las redes sociales por ese destino, por ese desatino de la vida que las ha puesto a implorar por justicia, como si solo se tratara de revertir un tipo de violencia, la física, la que ejerce un tipo maltratador amenazante que juega a ser el verdugo de su vida y muchas veces también de las de sus hijes.
Y allí cuando aparece el grito desesperado para que un funcionario o funcionaria judicial haga algo, aparecen también –con suerte– los botones antipánico o una tobillera, cuyo objeto es alertar otra vez más sobre lo que las mujeres ya vienen advirtiendo: el riesgo de sus vidas frente a la violencia machista.
Depositarias y responsables de su propio cuidado, las mujeres salen con la denuncia en mano y un botón antipánico dispuesto como aplicación en su celular, cuando tienen uno disponible y conectividad.
Mientras se dictan esas ordenes judiciales, esas sentencias o esos dictámenes las Verónicas no duermen, siguen vigilando sus propias vidas ante cada amenaza. Las Verónicas se han hartado de ser violentadas y por eso amenazan con encadenarse en la puerta de los tribunales –si el juez de turno no se mueve o, lo que es peor, insiste con medidas que ya se sabe que fracasan– cada vez que se ven morir de miedo, en crónicas anunciadas.
Esas víctimas de la violencia extrema son víctimas de un sistema que no termina de comprender la complejidad de la trama. Sin vivienda, sin trabajo, sin ingresos, en casillas sumamente precarias, son apenas sobrevivientes en el borde de la cornisa. Y entonces vuelve la pregunta: ¿cuál es la frontera de la vulnerabilidad? ¿A qué se es vulnerable? Las crónicas dan cuenta de cada uno de los detalles de cómo están condicionadas sus vidas.
Casas de refugio para las víctimas de violencia y sus hijes, aportes extraordinarios para la subsistencia, cupos laborales, cupos de viviendas para mujeres en situaciones de violencia de género, jardines parentales gratuitos, son algunas de las estrategias dentro de una política de Estado integral que podrían reversionarse ante el tremendo problema que desnuda la violencia de género, con medidas que, a simple vista, se ven obsoletas.
Porque la vulnerabilidad no es otra cosa que el estado de indefensión y el desamparo que sufren las mujeres –sobre todo las más pobres– en una rueda que siempre gira hacia adentro en la misma dirección, en círculos de violencias.
(*) Periodista, escritora, docente e integrante de la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género. Conduce los programas Y de repente de la noche (Radio Uner) y Dar la nota (Radio Nacional Paraná). Es autora del libro Crímenes menores (Azogue Libros, 2019), sobre la resistencia del Poder Judicial entrerriano a incorporar la perspectiva de género, a través del análisis del proceso de jury contra el juez Carlos Rossi.