MOBBING

La fiscal maltratadora

28/11/2019

La fiscal federal Milagros Squivo fue sancionada por maltrato laboral hacia sus empleados. Se le aplicó una suspensión por diez días y un descuento en su salario. Se trata de una sanción inusual, aunque laxa, considerando que se le atribuyeron hechos gravísimos.

La fiscal maltratadora

Juan Cruz Varela
De la Redacción de Página Judicial

 

El término mobbing fue utilizado por primera vez por un zoólogo para describir el ataque que realiza un grupo de animales contra un miembro de la manada para alejarlo; y luego se utilizó para describir actos de violencia en el ámbito laboral.

El mobbing es, por definición, cualquier acción, omisión o comportamiento destinado a provocar un daño físico, psicológico o moral a un trabajador, sea mediante una amenaza o como una acción consumada. El hostigamiento se produce, generalmente, desde los niveles jerárquicos, pero puede ocurrir entre trabajadores del mismo rango o inferiores porque es una forma de abuso de poder que tiene por finalidad excluir o someter al otro, desestabilizarlo, aislarlo, destruir su reputación, deteriorar su autoestima y disminuir su capacidad laboral hasta eliminarlo del lugar que ocupa.

La fiscal federal María de los Milagros Squivo acaba de ser sancionada por haber maltratado a empleados de la fiscalía de Concepción del Uruguay. El procurador Eduardo Casal le aplicó una multa del 20 por ciento de su salario y una suspensión por diez días.

Squivo fue designada a fines de 1995, a propuesta del todopoderoso senador entrerriano Augusto Alasino. Por sus manos pasaron expedientes de resonancia a nivel nacional, con protagonistas como Alfredo Yabrán, los directivos de la pastera Botnia, los ambientalistas de Gualeguaychú y el propio Alasino, a quien le archivó una causa por enriquecimiento ilícito, a pesar de la oposición del juez Juan José Papetti.

La sanción, aunque inusual, parece laxa a la luz de las situaciones de violencia extrema que describieron varios empleados, desde aquellos que tenían mayores niveles de responsabilidad –incluso algunos que estuvieron interinamente a cargo de la fiscalía–, hasta los niveles más bajos de responsabilidad; empleados que cumplieron funciones durante un lapso prolongado de tiempo y otros que lo hicieron por unos pocos meses; trabajadores que continúan desempeñándose en la oficina y otros que ya no están.

Algunas palabras clave, pronunciadas por los propios trabajadores en el sumario, ilustran sobre el suplicio que les significaba trabajar con la fiscal Squivo: “mal clima”, “angustia”, “miedo”, “tóxico”, “conflictivo”, “malestar innecesario”, “división”, “falta de conducción”, “maltrato”, “tristeza”, “desconfianza”, “presión”, “falta de conducción y liderazgo”, “falta de criterios claros”, “contradicción en las instrucciones”, “autoritarismo”, “discriminación”, “desaliento de la colaboración con entidades externas”, “constantes llegadas tardes”.

El informe del procurador Casal, al que accedió Página Judicial, destacó que “los malos tratos descriptos en los testimonios (…) no pueden ser catalogados como asuntos de (mala) educación o de (malos) modales”, sino como un patrón de conducta que “repercute en el ánimo de los empleados, en su autoestima y en su seguridad, lo cual, indefectiblemente, se ve reflejado no sólo en su salud psicofísica sino también en el desempeño de sus tareas”.

La gota que rebalsó el vaso

En el año 2015, los empleados decidieron romper el silencio: denunciaron situaciones de maltrato, gritos, violencia verbal, llamados a deshora por cuestiones laborales, exigencia de trabajo fuera de horario, no respeto de las licencias, correcciones permanentes por nimiedades, prohibición de comunicación entre compañeros, burocratización de la comunicación e incluso críticas hacia su vida privada.

El 13 de octubre de 2015 era un día más en la oficina; una oficina donde el ambiente estaba contaminado desde hacía un tiempo y la tensión viciaba el aire.

Ese día produjo un intercambio de opinión, como tantas veces, entre la fiscal y la secretaría de la fiscalía, pero esta vez la discusión respecto de criterios para la elevación a juicio de expedientes en trámite se salió de cauce porque Squivo estalló con una catarata de gritos e insultos:
–Así no se puede trabajar –intentó calmarla quien era entonces la secretaria.
–¡Quiero que renuncies ya y quiero la renuncia por escrito –le gritaba Squivo golpeando el escritorio–. ¡Quiero tu renuncia acá y por escrito! –insistía.
–¿Es una amenaza? –le preguntó la secretaria.
–No, te estoy avisando que así no se puede seguir; quiero que renuncies ya –gritaba Squivo.
–Yo no voy a renunciar y no pienso seguir hablando así… –dijo entonces la secretaria, tratando de poner paños fríos mientras retrocedía para salir del despacho.
–¡Vení cobarde, cerrá esa puerta! –lanzó la fiscal.
–No, dejo la puerta abierta para que todos escuchen cómo me gritás; yo no puedo trabajar más con vos así, no merezco este trato y los chicos tampoco; no quiero escuchar más tus gritos y reclamos –insistió la secretaria.
–Al final, trabajabas mejor cuando estabas separada –fue el golpe bajo que lanzó Squivo.
–Yo no voy a renunciar… vos me enfermás –fue lo último que dijo la secretaria.

Unos minutos después, la prosecretaria encontró a la secretaria de la fiscalía en el baño, acurrucada al lado del inodoro, llorando y temblando por la angustia que le había generado el episodio. Hubo que llamar a un servicio de emergencias para calmar su aflicción; al día siguiente, pidió licencia por prescripción médica y tuvo que iniciar un tratamiento psicológico y psiquiátrico con síntomas físicos; padeció insomnio, taquicardia, ataques de pánico. Nunca más volvió a trabajar en la fiscalía.

Ese episodio es apenas un botón de muestra sobre el clima que se vivía puertas adentro de la fiscalía federal de primera instancia de Concepción del Uruguay. Es un hecho grave, pero no es un hecho aislado.

El maltrato como norma

En el sumario se logró demostrar “la existencia de un patrón de comportamiento por parte de la fiscal Squivo conceptualmente subsumido en tipologías establecidas y estandarizadas de maltrato laboral, mobbing, hostigamiento en el trabajo”, sostuvo el procurador.

La fiscal, sin embargo, negó todo episodio de maltrato, habló de “falsas acusaciones”, responsabilizó a la secretaria y a la prosecretaria e incluso llegó al absurdo de decir que la acusación habría sido orquestada por ellas.

Pero son los empleados quienes contradicen a Squivo. Coinciden en que el comportamiento de la fiscal había sido determinante para la formación de un clima nocivo, no sólo para el trabajo sino también para la salud de los integrantes de la oficina.

Una de ellas relató que “las instrucciones cambiaban permanentemente; cuando decía algo, si después no le gustaba como quedaba, decía que nunca había dicho eso; entonces, terminábamos haciendo dos dictámenes contradictorios porque no se sabía cuál era el criterio”. Otro trabajador da cuenta de que “sus maneras con los empleados eran muy violentas” y otro señaló que “las personas que eran de su confianza eran bien tratadas y las demás eran maltratadas”, al punto de vedarles la posibilidad de interrelacionarse o generar miedo a hablar entre ellos. “Era una carga ir a trabajar”, lo resumió.

En noviembre 2017, cuando comenzó a funcionar el Tribunal Oral Federal, Squivo fue ascendida a fiscal general. Fue un premio, aunque tal vez también haya sido una manera de descomprimir.

Foto: Jorge Díaz / El Miércoles Digital.

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