DERECHOS HUMANOS

Condenaron al Moscardón Verde

22/11/2019

El ex policía federal Julio César Rodríguez recibió una pena de 17 años y medio de prisión por el secuestro de dos militantes comunistas durante la última dictadura cívico-militar. La condena se unificó con otra que había recibido en el año 2012. Es la primera sentencia que dicta el Tribunal Oral Federal de Concepción del Uruguay por delitos de lesa humanidad.

Condenaron al Moscardón Verde

De la Redacción de Página Judicial

 

Julio César Rodríguez es tal vez el más salvaje de los represores que haya habido en la provincia: no solo participaba en operativos ilegales de secuestro de personas y saqueaba las casas de sus víctimas, también era un sádico torturador.

Sus víctimas lo reconocen como Moscardón Verde, aunque él ha negado tal apodo y solo admite que le digan Tijereta o Boquita. También lo recuerdan como quien ejecutaba la tortura física en la Policía Federal de Concepción del Uruguay: usaba sus puños y empuñaba la picana eléctrica con sadismo, han dicho.

El Moscardón Verde acaba de sumar su segunda condena por delitos de lesa humanidad, cometidos en el marco del terrorismo de Estado –así lo dijo el tribunal–, esta vez por la privación ilegítima de la libertad agravada por el uso de violencia e imposición de tormentos a dos militantes comunistas.

Los jueces Jorge Sebastián Gallino, Mariela Emilce Rojas y Osvaldo Facciano le impusieron una pena de 17 años y medio de prisión, unificada con otra que había recibido en el año 2012, en el primer juicio por delitos de la dictadura en Concepción del Uruguay. El represor, de 83 años, cumplirá la condena bajo la modalidad de arresto domiciliario.

Una noche en las catacumbas

Los hechos ocurrieron el 12 de enero de 1978. Según relataron ante la justicia, Echeverría y Stur estaban con otro compañero y el hijo de Stur, de 13 años, cuando notaron que se apagaban las luces del camping entre las oscuridad aparecieron cuatro personas.

Ambos reconocieron al Moscardón Verde Rodríguez y a Pedro Rivarola, otro policía federal, y contaron que se los llevaron violentamente, les vendaron los ojos, los cargaron en la parte trasera de un auto que podría ser un Ford Falcon, por el ruido del motor, y los trasladaron hasta una casa operativa ubicada en cercanías del Arroyo Colman, en el viejo camino hacia Colón.

Los abogados Marcelo Boeykens y Lucía Tejera, representantes de los sobrevivientes, hicieron notar que Rodríguez tenía un Ford Falcon de color verde, por eso su apodo de Moscardón Verde con el que lo llamaban los militantes por aquellos años.

Stur y Echeverría reconocieron durante el juicio la vieja casona donde fueron torturados.

Contaron que esa noche estuvieron atados con alambres alrededor del cuello, los golpearon con un palo y con elementos que podrían ser manoplas de hierro y les aplicaron picana eléctrica en distintas partes del cuerpo.

Echeverría recordó que lo acostaron sobre una cama metálica, le ataron las manos y los pies, le tiraron agua encima del cuerpo y comenzaron a aplicarle picana eléctrica. Contó con detalles cómo su cuerpo se arqueaba y se levantaba del elástico al recibir las descargas y cómo sus torturadores lo golpeaban en el estómago para devolverlo a su lugar. Eso le provocó serias lesiones en las articulaciones durante un largo tiempo.

También contó que pudo percibir la voz de alguien que decía cuándo parar, como si controlara su estado físico mientras era torturado. ¿Pudo ser un médico? “Hay un 80 por ciento de certeza de quién es el médico que estaba en la tortura, pero ese 20 por ciento de duda no me permite señalar”, dijo una de las víctimas ante el tribunal.

Stur dijo haber escuchado los gritos de Echeverría cuando era torturado y señaló que cuando él fue interrogado y torturado, los verdugos le pusieron cerca de sus oídos una música tranquila que parecía salir de “una cajita musical”.

Su relato fue coincidente en cuanto al modo en que fue torturado.

Luego Echeverría fue sacado de la sala de torturas y llevado a una sala contigua. Era el turno de Stur, a quien también lo ataron de sus pies y manos a una cama elástica y aplicaron corriente eléctrica a través de la picana. Echeverría nos dijo aquí que escuchaba los gritos de su camarada, pero que lo que más pena le dio fue escuchar cómo

Cada grito de Stur en la cama elástica estaba acompañado de un coro de risas, como si se tratara del disfrute de la tortura, recordó Echeverría. “No tenían ningún motivo real para odiarnos, sin embargo, nos hicieron todo lo que nos hicieron”, agregó.

Luego de unas cuantas horas, y cuando asomaba el sol, el grupo de tareas volvió a trasladar a los militantes comunistas hasta el puente de hierro, en la entrada de Banco Pelay, donde los dejaron vendados, boca abajo y les recomendaron que no se levantaran hasta después de media hora. Antes, todavía en la casa donde habían sido torturados, les dijeron que “se salvaron por esta vez” pero que no querían volver a verlos por Concepción del Uruguay ni en Buenos Aires. Una vez en libertad, ambos corrieron hasta la carpa, donde había quedado solo el hijo de Stur, de 13 años.

Los abogados querellantes destacaron “la palabra de las víctimas” como un elemento central sobre el que se basan los procesos de memoria, verdad y justicia y resaltaron que “esa palabra es lo más cercano a la verdad de los hechos”, a la vez que insistieron en el valor reparador que tiene para las víctimas y sobrevivientes de la dictadura la posibilidad de dar testimonio, porque “los testigos se convierten en artífices de la memoria, a pesar de lo que significa volver al horror vivido dentro de estos campos clandestinos de detención”.

Foto: Valentín Bisogni / El Miércoles Digital.