NARCOTRÁFICO

Un ex policía denunció amenazas y complicó a Varisco, Hernández, Bordeira y Celis

30/09/2019

El ex policía federal Carlos Alberto Frías declaró durante casi seis horas sobre el funcionamiento de la organización narcocriminal encabezada por Daniel Andrés Celis y las relaciones con funcionarios públicos. También se exhibieron escuchas reveladoras.

Un ex policía denunció amenazas y complicó a Varisco, Hernández, Bordeira y Celis

Juan Cruz Varela
De la Redacción de Página Judicial

 

Las escuchas telefónicas muchas veces constituyen un elemento central para investigar delitos. En este caso, fueron clave para desarticular a la banda que encabezaba Daniel Andrés Celis. Pero también puede ocurrir que una escucha sea indicio de otro posible delito, por ejemplo, las posibles vinculaciones del narcotráfico con el mundo de la política.

El ex policía federal Carlos Alberto Frías desempeñó una tarea vital como “perito desgrabador”, es decir, la persona encargada de escuchar, clasificar, desgrabar e interpretar lo que hablaban quienes tenían el teléfono intervenido.

Frías asegura que por haber cumplido ese trabajo se encuentra amenazado de muerte desde fines del año 2018. No quiso dar muchos detalles pero sí dijo que eso fue determinante para su alejamiento anticipado de la Policía Federal.

Sin embargo, ante el Tribunal Oral Federal hizo un relato minucioso, aunque carente de orden y por momentos inconexo, sobre la estructura que tenía la organización narcocriminal y su verdadero poder, que radicaba en la capacidad económica y logística y por haber logrado convertirse Tavi Celis en proveedor de los principales emergentes del narcotráfico en la ciudad de Paraná. Así, por ejemplo, en su declaración surgieron personajes como el Gordo Nico Castrogiovanni, Pokemón (Lisandro) Giménez, Cabeza de Fierro (Fabián González), el Negro (Oscar Aníbal) Siboldi, el Gordo Plástico (Rodolfo Martínez).

En su declaración también aparecieron las vinculaciones que Celis tejió en las estructuras municipales (“manejaba por completo la Unidad 2”, aseguró), sus intenciones de controlar el gremio de trabajadores municipales y la relación que supo construir con altos funcionarios. Dijo, por ejemplo, que la ex policía provincial Griselda Bordeira “era muy allegada a Celis” y del concejal Pablo Hernández dijo que “era amigo” de Celis y el destinatario de los reclamos “porque le debían un dinero que había aportado para la campaña (de 2015) y quería que le hiciera de nexo con (el intendente Sergio) Varisco para que se lo devolvieran”.

No se escuchó la voz del intendente Varisco en la sala, pero su nombre sobrevoló la audiencia. Frías reconstruyó una conversación entre los hermanos Daniel y Miguel Celis, Tavi y Titi, en la que el primero le anunciaba al segundo que estaba yendo para su casa con “el jefe”. Dijo Frías: “Nunca pudimos saber quién era el jefe, pero pensamos que estaba llevando al intendente”.

Relaciones peligrosas

El primer indicio que alertó a los investigadores fue un pedido que Celis le hizo a Hernán Rivero, jefe de la unidad municipal, “para disponer de camiones sin GPS” para el traslado de “muebles”, según surge de las escuchas telefónicas. “Celis tenía el manejo de la Unidad 2”, insistió el policía Frías y resaltó que ese control se ponía en evidencia porque “disponía de camiones y sacaba combustible”, entre otras cuestiones.

El policía afirmó que “Celis quería manejar el gremio y lanzarse a la política” y “en los medios ya se había publicado sobre la relación entre Varisco y Celis”. De hecho, contó de la vez que Bordeira le contó al líder narco “que había organizado brigadas para limpiar la ciudad” de panfletos y afiches que exhibían fotos de Varisco con Celis. “Yo creo que Bordeira era el nexo porque nunca hablaron entre ellos”, arriesgó el policía.

Tras la detención de Celis, por un hecho que se presentó como un robo en una estancia de Las Cuevas, departamento Diamante, pero que en realidad “era por droga”, según lo que Bordeira le contó a un jefe policial, “empezó a pedirle cosas a Fernanda (Orundes Ayala, su pareja de entonces)”, pero quien tomó preponderancia hacia el interior de la organización fue su hermano Miguel.

No obstante, Celis seguía controlando el negocio por teléfono desde la cárcel. “Una vez mencionó que había llegado una barcaza a la zona del Thompson, que pensamos que traía estupefacientes (marihuana) y la descargaron en una camioneta… Después habló con (su lugarteniente, Cristian) Silva sobre una casilla que estaban buscando en la costa para el acopio; hasta que Silva lo llamó y le dijo que ese lugar no servía”. Esa conversación refuerza la hipótesis de que Celis también se abastecía de drogas a través del río, lo cual es factible porque sus proveedores, según el policía, eran personas cuyos números telefónicos tenían características de “Paraguay y provincias del norte, Corrientes y Misiones”.

Celis era extremadamente cuidadoso con las comunicaciones. Para eso cambiaba permanentemente de teléfonos y chips, utilizaba el sistema de mensajería de “Telegram para no ser detectado” porque lo consideraba más seguro que WhatsApp u otra aplicación; enviaba mensajes breves y codificados y con sus interlocutores utilizaba siempre apodos, nunca nombres propios, detalló el policía Frías. Tenían teléfonos que los investigadores calificaban como “buenos” y “malos”. “Los teléfonos buenos eran los que usaban para hablar de estupefacientes”, acotó.

“Después empiezan las comunicaciones para tramar la llegada de la avioneta”, relató Frías. Se detectaron comunicaciones en las que hablaban de acondicionar pistas de aterrizaje clandestinas, de la necesidad de comprar bidones y combustible de alto octanaje para abastecer a una avioneta y “se burlaban de la ley de derribo”.

El policía Frías afirmó que “Celis estaba construyendo una pista y las comunicaciones rebotaban en la zona de María Grande”, mencionó que un peón de campo avisó a la Policía “el lugar donde estaban acondicionando una pista de aterrizaje, marcada con bolsas y botellas” e incluso afirmó que “se veía en Google Maps”. Sin embargo, esa pista luego fue descartada y quedó sepultada debajo de sembradíos.

Mientras tanto, la organización seguía recibiendo cargamentos que la Policía no llegaba a detectar, según dijo Frías, y era tal el volumen que Julio César Vartorelli, apodado el Manco, lugarteniente de Miguel Celis, “cruzaba a Santa Fe con 150 o 200 kilos de marihuana” en cada viaje. Contó incluso que “en un momento empezó a escasear (la droga) y Vartorelli se desesperaba”. Se presume que eso era por las inclemencias climáticas que hicieron demorar el aterrizaje de la avioneta que traería un importante cargamento de marihuana.

Asesoría espiritual

Fue Luis Orlando Céparo quien contactó a Celis con los hermanos José y Omar Ghibaudo, los dueños del campo de Colonia Avellaneda donde aterrizó la avioneta cargada con 317 kilos de marihuana que detectó la Policía Federal el 28 de mayo de 2017. “Luigi (Céparo) era quien se encargaba de construir las pistas y su idea era conseguir varios lugares para despistar posibles investigaciones”, explicó Frías.

También los hermanos Ghibaudo “estaban ansiosos porque baje el avión”, sostuvo Frías. Su interés era la necesidad de conseguir dinero para afrontar algunas deudas que tenían, sugirió el policía. “Llovía mucho y cuando mejoraba el tiempo los hermanos Ghibaudo marcaban la pista con bolsas blancas y mantenían comunicaciones con Céparo”, recordó.

Los hermanos Ghibaudo también hablaban con María Esther Márquez, una especie de asesora espiritual, acusada de haberlos inducido a alquilar su campo para recibir una avioneta cargada con marihuana.

El fiscal José Ignacio Candioti reprodujo, entre varias, una escucha telefónica del 19 de abril de 2017 que resulta reveladora:
–Ayer vino el muchacho que nos hace el contacto con los aviones… Y sí, pero ha denunciado… bah, ha puesto en vista que vamos a bajar droga allá, el primo que está pegando… –comenta Omar Ghibaudo sobre un primo suyo, Roberto, de María Grande.
–Aja…
–Y bueno, le han avisado a la Policía, le han avisado a los muchachos del avión para que pararan. No sé cómo se han enterado ellos… –continúa Ghibaudo– Como el policía de la comisaría le ha avisado que pararan, que no asentaran el avión todavía…
–¿Y por qué? –se inquieta María Esther Márquez
–Porque tienen miedo de que asienten droga, Doña Esther… y ahora vinieron a ver si podían asentar acá para traer los productos…
–¿En el campo de ustedes?
–Ajá, acá en la casa… –en Colonia Avellaneda, refiere Ghibaudo.
–Y bueno, díganle que sí, no comenten a nadie y que vengan, lo asienten y ya está… –le sugiere Márquez.

“Estoy seguro de que a esa pista la construyó Daniel Celis”, elucubró Frías.

Zapatos y yogures

Después de la avioneta, de que la justicia desarticulara la organización, Daniel Celis reconstituyó su estructura desde la cárcel y se reconvirtió al tráfico de cocaína. Para eso, dicen los investigadores, estableció un acuerdo con el intendente Varisco.

“Celis tenía un teléfono celular y de ahí se descubrió un mensaje de audio en el que hablaba del ingreso de 50.000 pesos por mes. Celis decía que a esa plata se la llevaría un tal González”, que sería Ernesto Ramón González, empleado de la Unidad Municipal 2, señalado como el encargado de asignar horas extra a los trabajadores para que ese dinero fuera a manos de Celis. González, sin embargo, fue desvinculado de la causa.

Otro interlocutor era Alan Viola, agente de tránsito, “que le llevaba dinero a Luciana Lemos” y, según refirió Frías, “ese dinero venía de la Municipalidad; era plata que le debían a Celis y él digitaba a quién se la entregaba, si a Lemos, a Orundes Ayala u otra persona de la familia”. A su vez, “Celis mandaba a Lemos a ver a Pablo Hernández” para exigirle el cumplimiento del acuerdo político.

Luciana Lemos, era pareja y principal asistente de Celis. Según el policía Frías, “hacía todo lo que él le pedía: sacaba fotos de la mercadería y se las mandaba, controlaba la cantidad y calidad, la distribuía e iba a presionar a la Municipalidad para que le den plata”.

El policía también mencionó “conversaciones sospechosas” entre Celis y Bordeira y otra en la que el jefe narco habla con Cristian Silva sobre una deuda que tendría Bordeira con la organización:
–¿Cuánto te debe? –le pregunta Celis en un momento.
–Eh… ocho cuotas de 100 lucas.
–¿Ochocientos mil pesos? –se sorprende Celis–. Vos sos un enfermo hermano…

La deuda, según decían, era por un cargamento de “zapatos”.

En el nuevo esquema, Eduardo Celis, apodado Cholo y hermano de Tavi, comenzó a tener un rol activo; y Fernanda Orundes Ayala “conseguía las mulas, hasta que empezaron a viajar desde Buenos Aires y venía una persona a la que le decían Tío”, que era el proveedor de la organización. Se trata de Johan Edgardo Arias Quintana, de nacionalidad peruana y también apodado Mayordomo, que se encuentra prófugo.

La banda fue desarticulada el 2 de mayo de 2018, cuando policías federales irrumpieron en la casa de Luciana Lemos y encontraron 3,493 kilos de cocaína sobre una mesa redonda en el quincho; y en el piso, junto a la mesa, dentro de una cartera negra, hallaron dos cuadernos con anotaciones en los que aparecen los nombres de Varisco, Hernández, Bordeira y del concejal Emanuel Gainza.

La sospecha de los policías es que el cargamento era de diez o doce kilos y que la última remesa eran esos 3,493 kilos que Lemos le había pedido unos minutos antes a Nahuel Celis, hijo de Cholo, aludiendo eufemísticamente a “tres yogures” que debía entregar. El resto, se presume, habría sido entregado a otras pequeñas organizaciones a las que abastecía Celis.