ESPIONAJE

El espía paranaense que le pagó a Telleldín

17/05/2019

Juan Carlos Legascue se reconoció como agente inorgánico de la Side y admitió haber participado de la operación encubierta orquestada para desviar la investigación del atentado a la AMIA. Lo que le dijo a la justicia y su rol en el encubrimiento. Entrevista con el fiscal del juicio a Carlos Telleldín.

El espía paranaense que le pagó a Telleldín

Juan Cruz Varela
De la Redacción de Página Judicial

 

El negocio del espionaje consiste en mantener el secreto. Ninguno de los habitantes de ese submundo habla de su trabajo y se supone que nadie debe conocer a qué se dedica.

Juan Carlos Legascue es una figura casi desconocida en Paraná, pocos podrían identificarlo aunque varios saben que es un agente inorgánico de la ex Side, alguien que hacía trabajos especiales, léase trabajos sucios, en el organismo de inteligencia al que reporta –o lo hacía hasta no hace tanto– bajo el alias de “Doctor David” o “Comandante David”.

Su historia atraviesa la historia argentina reciente: en la década del setenta fue secretario de un juzgado de instrucción en la provincia, secretario de la Cámara Federal de Apelaciones de Paraná, defensor en la justicia federal entrerriana y juez federal de Posadas. Se presume que ingresó a la agencia estatal de inteligencia durante la última dictadura cívico-militar, pero él admite haber reportado a la ex Side solo entre 1993 y 1999. Esa parte de su historial es algo difusa, aunque no lo es tanto su desempeño en ese período.

Legascue es también un protagonista de la historia argentina reciente.

La misión, esa mañana del 5 de julio de 1996, era sencilla: los agentes Legascue y Héctor Maiolo debían acompañar a una mujer y a su abogado hasta el Banco Quilmes de Ramos Mejía, asegurarse de que recibiera un maletín con 200.000 dólares y acompañarla hasta un teléfono público en la vereda, a metros del banco, donde ella debía confirmarle a su esposo detenido la recepción de ese dinero.

Carlos Telleldín, el reducidor de autos y sospechado de haber preparado la camioneta que se utilizó como coche-bomba en la voladura de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), recibió el llamado en la oficina del juez Juan José Galeano y esa misma tarde declaró lo que antes había acordado: que policías bonaerenses le habían quitado por la fuerza la famosa traffic.

Unos meses después, en octubre, Ana Boragni, la esposa de Telleldín, recibió la segunda cuota de 200.000 dólares que completó el pago que habían acordado, y parte de ese dinero terminó en una cuenta a su nombre en la sucursal del Banco de Entre Ríos SA (Bersa) en Gualeguaychú.

El espía Legascue contó que participó de esa especie de operación encubierta orquestada por la Side en el juicio que terminó con la condena del juez Galeano y del ex jefe del organismo de inteligencia, Hugo Anzorreguy, entre otros, por encubrimiento; y volvió a hacerlo en el juicio a Telleldín para determinar básicamente si fue cómplice de los terroristas, aunque esta vez lo hizo en forma secreta. Todo eso a casi veinticinco años del atentado.

En diálogo con el programa 5 Esquinas, que se emite por Radio Costa Paraná, el fiscal Roberto Salum, integrante de la UFI-AMIA, explicó que el juicio a Telleldín indaga sobre su responsabilidad en el atentado mismo y detalló que “los elementos de prueba están en el requerimiento de elevación a juicio que hizo el fiscal (Alberto) Nisman hace casi siete años y pasan por las actitudes de Telleldín después de producido el atentado; la prueba más fuerte es el hallazgo del motor entre los escombros, el motor de una camioneta cuyo último tenedor había sido él, producto de la actividad a la que se dedicaba”.

El fiscal señaló que “Telleldín es el último tenedor de la traffic e involucra a personas que no tenían nada que ver”. En esa maniobra intervino Legascue. “Hoy se dejó de lado que haya entregado la traffic a esos policías bonaerenses, pero quedó firme que fue el último tenedor de la traffic y la entregó al siguiente eslabón de la cadena terrorista”, acotó. En el juicio se deberá determinar si lo hizo a sabiendas de que se iba a utilizar para el atentado.

El libro que no fue

Legascue contó en el juicio que fue convocado por Alejandro Brousson, jefe de la llamada Sala Patria de la Side que investigó el atentado a la AMIA, “y ante una propuesta del Juzgado Federal” para confeccionar “una minuta”, que era una especie de contrato “para que la señora Boragni cobrara por la entrega de los derechos de autor” de un libro en el que Telleldín iba a contar toda su verdad sobre su participación en el atentado.

Según dijo, confeccionó esa “minuta de transferencia de derechos de autor” con indicaciones que le dio Brousson “en cuanto a la redacción” y se la envió por fax.

Legascue admitió que conoció a la esposa de Telleldín un día antes, en un bar en el barrio porteño de Belgrano, en un primer intento fallido de concretar la transacción. Aunque dice haberse presentado siempre como “personal de la Secretaría de Inteligencia con su nombre y apellido”, Maiolo lo identificó como “JC” y “Doctor David”, y ella “exhibió un documento muy viejo donde se alcanzaba a leer ‘Boragni’”, recordó el espía paranaense.

La reunión duró unos cuarenta minutos y, siempre de acuerdo con su versión, le dijo a la esposa de Telleldín “que iba a redactar las condiciones de venta del libro, pero hubo que abortar la operación por la presencia de personas sospechosas” en el lugar.

La operación se pospuso para el día siguiente y el rol de Legascue fue más activo que eso.

Aquel 5 de julio, enfundado en el traje de “Doctor David”, Legascue llegó al banco en el auto con Brousson y Maiolo, que era quien llevaba los 200.000 dólares “en un pequeño maletín”. Vestía traje gris y cargaba un ataché. Según dijo, “lo recibió la señora, que estaba con su abogado (Víctor Stinfale), y bajó a depositarlo en una caja de seguridad”. Luego Maiolo declararía que por cuestiones de seguridad no llevaba el dinero en el maletín sino en el estuche de una filmadora con la que registraba todas las acciones.

Brousson le había dicho a Legascue que no se preocupara por la seguridad. En un bar enfrente del banco había agentes de la Side controlando que no pasara nada extraño durante la operación y todo sucedió como estaba planeado.

Legascue contó que “cuando la señora recibió el pago concurrió a un teléfono público que estaba en la esquina del banco e hizo un llamado”, pero que en ese momento no supo a quién. “Ella tenía un número al que tenía que llamar”, insistió.

Nunca quedó claro si existía realmente el libro o si era un eufemismo. Lo que sí ocurrió es que Boragni cobró, hizo el llamado y Telleldín le contó al juez Galeano lo que éste quería escuchar. Fue el inicio de la cadena de encubrimientos del atentado terrorista de la AMIA que hoy, veinticinco años después, continúa impune.