Los negocios de la barrabrava

04/12/2017

Juan Cruz Varela De la Redacción de Página Judicial La salvaje agresión de la barrabrava del Club Atlético Patronato de la Juventud Católica a un grupo de niños de una escuelita de fútbol expuso de manera brutal el lado más oscuro del fútbol: el negocio de la violencia. Juan Cruz Varela De la Redacción de

Los negocios de la barrabrava


Juan Cruz Varela
De la Redacción de Página Judicial


La salvaje agresión de la barrabrava del Club Atlético Patronato de la Juventud Católica a un grupo de niños de una escuelita de fútbol expuso de manera brutal el lado más oscuro del fútbol: el negocio de la violencia.

Podría ser una generalización torpe y banal, pero las estadísticas validan el hecho de que la mayoría de los referentes de las barras bravas del fútbol argentino convive con el mundo del delito. Patronato no es la excepción y esa violencia quedó expuesta el 25 de noviembre, cuando hinchas agredieron a un grupo de niños de una escuela de fútbol de Strobel a quienes confundieron con simpatizantes de Unión de Santa Fe.

Pero la hinchada de un equipo de fútbol no puede catalogarse como un grupo uniforme, y en el caso de la Barra Fuerte, como se autodenomina la barrabrava de Patronato, se trata más bien de un colectivo de alrededor de cien personas, aunque el núcleo duro lo integran no más de treinta.

Podría decirse que la barra de Patronato tiene un modelo de conducción con una figura omnisciente: Gustavo Andrés Barrientos, o simplemente Petaco. Era el jefe hasta su detención, en 2012, y desde entonces delegó el liderazgo en Hugo Ceola, hasta que también cayó preso, y Alan Barrientos, su hijo.

Podría decirse también que ese núcleo duro de la barra de Patronato no representa la pasión por la camiseta ni mucho menos los valores del deporte, sino que funciona más bien como una organización similar a la que se daría una empresa, en su caso, dedicada a la reventa de entradas, el manejo de puestos de comida, bebida e indumentaria y el control del estacionamiento en los alrededores del estadio.

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Y bajo la conducción de Barrientos, la barrabrava ha desplegado también otros negocios de extraordinaria rentabilidad que trascienden a la pelota y que tienen a la violencia como eje central. ¿Cuáles? Venta de drogas, el manejo y entrega de armas en algunos casos a menores de edad, la extorsión a dirigentes y la ejecución de distintas acciones de amedrentamiento a personas con las que tienen algún tipo de conflicto.

Petaco, ascenso y caída

Barrientos conoció el negocio que le ofrecía paraavalanchas estando lejos de Paraná y cuando Patronato deambulaba entre la tercera y cuarta categoría fútbol argentino; pero escaló rápido en el poder a partir de su afición violenta por las armas. En poco tiempo llegó a ser jefe de la barrabrava de Patronato y una referencia para los vecinos de los barrios Municipal, Lomas del Mirador e Hijos de María.

Barrientos construyó su poder desde el asistencialismo: creó espacios deportivos, pagaba la escolarización de niños, costeaba de su bolsillo regalos y fiestas a familias humildes y aportaba dinero para el desarrollo de templos religiosos.

Pero solidificó ese poder a fuerza de tiros, con acciones violentas contra personas que podrían representar un obstáculo para sus intereses. Incluso periodistas han sido blanco de sus ataques. La modalidad es siempre la misma: disparos contra sus viviendas, daños a sus vehículos o la intimidación física. Un interno que compartía pabellón con Barrientos, por ejemplo, quedó hemipléjico tras sufrir una golpiza dentro de la unidad penal a raíz de una disputa anterior con el jefe de la barra; a un ex director de la cárcel le balearon la casa; en alguna ocasión, policías que requisaban a soldaditos de la banda en un procedimiento en la calle fueron repelidos a tiros por otros integrantes de la organización; y la lista de atentados podría ser interminable.

La suerte empezó a cambiar el 9 de noviembre de 2012. Una moto con dos ocupantes se acercó adonde estaban dos jóvenes, Matías Giménez y Maximiliano Godoy, en un playón deportivo del barrio Municipal, y el que estaba sentado atrás les efectuó más de diez disparos a corta distancia. Fue un crimen con el sello de Pablo Escobar.

En la ambulancia que lo llevaba al hospital donde unas horas después iba a fallecer Giménez alcanzó a identificar a su verdugo:
–Mamá, yo te amo, a vos y a mi hija –le dijo tomándole fuerte la mano.
–Quedate tranquilo hijito, ¿quién te hizo esto?
–Fue Petaco, fue Petaco.

Barrientos fue detenido dos días después en su casa del barrio Municipal.

La reacción de la barrabrava no se hizo esperar. Unos días después, alrededor de cien personas ataviadas con ropas y banderas de Patronato –y de Colón de Santa Fe con los que Barrientos había tejido buenas relaciones–, bombos, redoblantes y algunos con armas, realizaron una estruendosa e intimidatoria manifestación frente a los tribunales para exigir su libertad. “Pedimos justicia por nuestro papá víctima de la discriminación policial”, decía uno de los carteles que portaban.

Al frente del grupo estaba Hugo Alejandro Ceola, su amigo y mano derecha. También estaban Ramón Alfredo Abasto, alias Cuchara; Fabián Oscar Abasto, Emanuel Silva, alias Oreja, pariente de ellos; Roberto Olivera, alias Freddy; su hijo Gustavo, alias Gatito; y Rubén Darío Godoy, entre otros referentes de la Barra Fuerte. Otra presencia que no pasó inadvertida fue la del narcotraficante Daniel Tavi Celis.

Las presiones llegaron también hasta la Casa de Gobierno.

Es que a la par que iba creciendo su poder en el barrio y en la tribuna, Petaco Barrientos también se fue acercando a los círculos de poder político.

El ex gobernador Sergio Urribarri apostó fuerte por Patronato. En la cancha y en la tribuna. El periodista Daniel Enz cuenta en su libro Los hijos del narco que “Mauro Urribarri siempre fue un joven de estrecha relación con Barrientos, antes y durante su detención, según las escuchas telefónicas que le hicieron al líder de la barra” y que en aquel momento “al hijo del gobernador le habían asignado cierto control y asistencia a la Barra Fuerte y por ello era el contacto con el líder tribunero”. El otro contacto de Barrientos era José Alberto Gómez, entonces presidente de Patronato y funcionario del gobierno provincial. Así fue hasta un momento en que “en esferas del gobierno prácticamente le ordenaron a Mauro Urribarri que en forma urgente dejara de comunicarse con Barrientos, porque iba a quedar pegado y complicado con otras cuestiones, como las causas por droga”, cuenta Enz.

Los familiares de las víctimas también sufrieron aprietes para que desvincularan a Barrientos del ataque. Rubén Alejandro Barrientos, hermano del jefe de la barra, les sugirió que debían cambiar las declaraciones y hablar de “gente de Petaco” como los perpetradores del doble crimen. Un hermano de Giménez contó que el Nene, como le dicen, le ofreció 125 mil pesos para que diera otra versión de las últimas palabras de la víctima y otro monto similar a pagar una vez que Petaco quedara en libertad. El muchacho rechazó la oferta. El mismo ofrecimiento le llevaron a la madre de Godoy, que tiempo después dio una entrevista televisiva desvinculando al jefe de la barra.

Lo cierto es que más allá de los aprietes, Barrientos terminó confesando en un juicio abreviado el asesinato de los jóvenes Giménez y Godoy, y fue condenado a once años de prisión. Primero estuvo en la cárcel de Paraná, luego fue trasladado a Gualeguay y actualmente se encuentra en la unidad penitenciaria de Ezeiza.

La cárcel y la tribuna

Tras la detención (que no fue caída) de Barrientos, quien quedó a cargo de la barra fue Ceola, aunque hay quienes cuentan que antes de que los policías le colocaran las esposas, Petaco se quitó un colgante que tenía alrededor del cuello e invistió a su hijo Alan, entonces de 15 años, bendiciéndolo como su sucesor.

Barrientos conducía su banda desde la cárcel y los negocios afuera quedaron en manos de su pareja Verónica Martínez, su hermano el Nene Barrientos y Ceola.

El Nene Barrientos y Ceola eran los encargados de comprar la cocaína y la marihuana, la trasladaban hasta la casa de Martínez y desde allí hacia otras zonas de la ciudad, donde se realizaba el almacenamiento, guarda, fraccionamiento y venta al menudeo. Ceola también se convirtió en los ojos de Petaco en la tribuna y garante de que el jefe estuviera presente en una bandera con la leyenda “no hay reja que encadene mi sentimiento” (sic). A su vez, Verónica Martínez asumió la custodia y entrega de armas de fuego y estupefacientes y de la captación del dinero producido por la venta de drogas y el resto de negocios de la organización. En tanto, Alan, el hijo de Petaco, participaba de las tareas de inteligencia y ejecutaba intimidaciones y agresiones a aquellas personas que eran señaladas como blanco por la barrabrava.

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Pero no son ellos únicos barras de Patronato que integraban esta asociación ilícita. Rubén Darío Godoy vendía estupefacientes para la banda; y Roberto Enrique Toujan, apodado Manguera, fungía como proveedor de armas y municiones. La organización tiene a su disposición pistolas de todo tipo, ametralladoras y hasta fusiles.

La Barra Fuerte tiene también una especie de grupo de choque, que son los ejecutores de las acciones violentas pergeñadas por Barrientos: Alexander Abasto, alias Cachete; Cuchara Abasto; Gustavo Miguel Ángel Abasto, alias Muñequito; Fabián Oscar Abasto; Gatito Olivera; Sebastián Alejandro Berón, alias Bochita; Sergio Daniel Berón; Ricardo Alfredo Monzón; Emiliano Godoy, alias Chinito, Emanuel David Exequiel Galli, alias Conejo; Javier Lucio Ramón Cerrudo, alias Carioca; Kevin Yamil Gómez, alias Zapallito; Oscar Antonio Leiva, alias Catín; Carlos Alberto Garcilazo; Matías José Villalba, alias Dengue; y Gerónimo Paúl Fumagalli.

A su vez, Ceola tenía su propia tropa en la tribuna; y era también quien le cuidaba los negocios a Barrientos. Hasta que también cayó.

Ceola fue detenido el 7 de marzo, en el marco de una investigación por delitos de narcotráfico. De acuerdo con la investigación, era el líder de una banda que se dedicaba a la comercialización de marihuana de manera conjunta y organizada. Se ocupaba personalmente de adquirir la droga, organizaba la venta en distintos barrios de Paraná y proveía a otra pequeña estructura en Nogoyá. La droga que vendía Ceola provenía de Corrientes. El abastecedor era Sergio David Molina. Pero el nexo entre ambos era Horacio Enrique Viggiano, alias Cachete.

A su vez, Ceola tenía un esquema con distintos eslabones, cada uno con diversas funciones de organización, distribución, aprovisionamiento, almacenamiento, guarda, fraccionamiento y venta al menudeo. Entre ellos estaba su hijo, Cristian. Pero no cayeron otros integrantes de la Barra Fuerte y tampoco se pudo establecer una participación de Barrientos, aunque nadie cree Ceola traicionara al jefe.

El negocio del aguante

Mientras tanto, aun con Barrientos preso, el esquema de negocios siguió en pie.

Tras la agresión a los chicos de la escuela de fútbol, el presidente Miguel Hollman reconoció que el club libera unas mil entradas “de cortesía” cada vez que Patronato juega en condición de local. El dirigente aseguró que los destinatarios son clubes, medios de prensa y sponsors; pero lo cierto es que una remesa termina en manos de la barrabrava para sus integrantes y para el negocio de la reventa.

El hallazgo en la casa de Ceola de talonarios completos con entradas para partidos en los que Patronato enfrentó como local a River, Huracán, Olimpo y Boca Unidos, entre otros equipos, es una prueba de esa connivencia. Esto ocurrió en diciembre de 2016, luego de que dos personas a bordo de una moto balearan la sede del club. Fueron nueve disparos en total. Los dirigentes dijeron desconocer los motivos del ataque y el hecho no ha sido esclarecido, pero en todas las hipótesis estaba presente una interna con la barrabrava por la entrega de entradas de favor. Si bien eran tickets de la temporada 2011/2012, cuando el equipo militaba en Primera B Nacional, esa situación dejó en una posición incómoda a la dirigencia respecto de su vínculo con la barra.

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El hombre clave aquí es Gustavo Abdala, gerente del club, que es el encargado de administrar las entradas oficiales que envía la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) a los clubes.

En los videos policiales del partido entre Patronato y Unión, en el que fueron agredidos los chicos de Strobel, se puede ver el ingreso del público al estadio Presbítero Grella. Allí se advierte cómo una persona organiza una hilera aparte para un grupo de alrededor de cincuenta hinchas y le va entregando a cada uno una entrada. ¿De dónde salieron esos tickets?

Cuando declararon ante la justicia, el presidente Hollman, el vicepresidente Gómez y el gerente Abdala aseguraron que no conocen los integrantes de la Barra Fuerte y, por supuesto, negaron que les entregaran entradas. Hay pruebas que los contradicen.

La barrabrava también tiene el control del “estacionamiento” en los alrededores del estadio, puestos de bebidas y comida y un local de merchandising donde se vende la indumentaria oficial del equipo que regentea Catín Leiva. ¿Es posible que la dirigencia desconozca este paquete de negocios que funciona delante de sus narices?

No hay un cálculo preciso respecto de cuántos tickets van a parar a manos de la barrabrava ni cuánto obtiene por la reventa ni por el resto de los negocios relacionados directamente con el fútbol. En otras temporadas rondaría los 150 mil pesos por partido, pero los altibajos de la actual campaña, que trajo aparejada una merma de público en el estadio, han repercutido negativamente en la recaudación.