Las víctimas de Mazzaferri revivieron sus peores días en la Policía Federal
17/06/2017
Juan Cruz Varela De la Redacción de Página Judicial –No podía creer que un ser humano pudiera hacer semejantes atrocidades. No es digno que un ser humano hiciera lo que Mazzaferri me hizo a mí. El que habla es Carlos Atilio Martínez Paiva, que elige un tono sereno, en voz baja y dirigiéndose a la
Juan Cruz Varela
De la Redacción de Página Judicial
–No podía creer que un ser humano pudiera hacer semejantes atrocidades. No es digno que un ser humano hiciera lo que Mazzaferri me hizo a mí.
El que habla es Carlos Atilio Martínez Paiva, que elige un tono sereno, en voz baja y dirigiéndose a la presidenta del tribunal para narrar su calvario y el ensañamiento que sufrió durante los dieciocho días que permaneció en la sede de la Policía Federal de Concepción del Uruguay.
Un informe del Programa de Acompañamiento, Asistencia y Protección de testigos, querellantes, víctimas y/u operadores intervinientes en las causas judiciales contra el terrorismo de Estado había consignado que someter a Martínez Paiva a una nueva declaración en el juicio al ex policía federal José Darío Mazzaferri podría significar “un menoscabo en su salud psíquica”. Pero el ex preso político quiso estar en la inspección judicial que se hizo este viernes en la dependencia policial que durante la dictadura funcionó como centro clandestino de detención y tortura, y la jueza Beatriz Caballero de Barabani hizo lugar a un pedido para que se lo admita como testigo.
Estar en ese lugar fue como revivir el horror para las víctimas. Es que la delegación policial ubicada sobre calle San Martín y Artigas era una oficina administrativa de día y una casa de torturas por las noches.
Una enorme placa en el acceso a la dependencia policial advierte que allí funcionó un centro clandestino de detención durante la última dictadura, donde “se detuvo ilegalmente y se torturó a estudiantes de la Escuela Normal que fueron secuestrados en julio de 1976 y a militantes políticos y gremiales” de Concepción del Uruguay.
Durante una hora y media, Martínez Paiva, Juan Carlos Rodríguez, Roque Minatta y Hugo Angerosa guiaron a la jueza Caballero de Barabani, al fiscal José Ignacio Candioti, a los querellantes Marcelo Boeykens y María Isabel Caccioppoli y al defensor Guillermo Morales en el recorrido por la sede policial.
No estuvo, sin embargo, el ex policía federal Mazzaferri, tal como lo había solicitado al tribunal.
Las víctimas identificaron puntillosamente los lugares y detallaron condiciones en que estuvieron por aquellos días de julio a septiembre de 1976.
Una antigua puerta de madera de doble hoja antecede un pasillo angosto y luego otra vidriada abre paso al hall de la dependencia. Es un espacio amplio, con el techo cubierto, que comunica a todas las oficinas. A la derecha está la guardia y a la izquierda la oficina del jefe, al lado de ésta, el escritorio del subjefe y pegada, la que era sala de interrogatorios. Enfrente, un pasillo que conduce al patio. En una esquina, el casino de oficiales, el sitio donde pasaron la mayor parte del tiempo los estudiantes secundarios a lo largo de la semana que duró su cautiverio.
En la otra diagonal, el camino al horror: por el pasillo, los calabozos; y por una interminable escalera en forma de caracol, la “oficina técnica” y la sala de torturas, en la planta alta.
Martínez Paiva fue un guía fundamental para traducir el horror. Con lucidez y precisión describió cada uno de los momentos donde se enfrentó cara a cara con la muerte, por los golpes, la aplicación de torturas con picana eléctrica, el submarino seco –que consiste en ponerle al torturado una bolsa en la cabeza, ajustarla contra el cuello hasta que casi no pueda respirar y que pierda el conocimiento, mientras lo golpeaban– y un simulacro de fusilamiento; y ubicó a Mazzaferri en cada momento.
Cuarenta años después, el escenario está reformado, pero las víctimas no pueden dejar de verlo oscuro y tenebroso. En 1976, en el primer piso había una construcción precaria con habitaciones: una era la sala de archivo, donde Mazzaferri tenía su estructura parapolicial; y la otra era la sala de torturas, con camas de hierro en las que los secuestrados eran estaqueados, atados de pies y manos y torturados salvajemente con picana eléctrica.
Carlos Martínez Paiva fue secuestrado el 19 de julio de 1976, en la calle, a dos cuadras de su casa, por Julio César Rodríguez, alias el Moscardón Verde, y Mazzaferri. En la declaración que dio en 2012, en el primer juicio, contó que lo ingresaron a empujones, lo desnudaron totalmente y lo llevaron a un segundo piso, lo tiraron sobre un elástico de cama con los ojos vendados y Mazzaferri comenzó a aplicarle pasajes de electricidad en el cuerpo, que lo mojaban y seguían pasándole picana eléctrica y que la tortura era cada vez más feroz a raíz de su silencio. “En ese momento prefería que me mataran antes de que continuara esa situación”, aseguró en aquel momento. Este viernes volvió a contarlo.
Luego guió al tribunal y a las partes a los calabozos donde permaneció el tiempo en que no fue torturado en la planta alta. El primero, con una puerta de madera con una mínima hendija por la que no ingresaba ni un halo de luz y un pestillo con un candado para cerrar por fuera; una especie de banquete de hormigón y una canaleta que hace las veces de excusado. El escenario se mantiene casi inalterado, según dijo el ex detenido.