Víctimas del represor Mazzaferri revivieron sus días más terribles

09/06/2017

Juan Cruz Varela Hubo silencios estremecedores, lágrimas sentidas y emotivos aplausos. Las víctimas describieron con claridad y sin bajar a la estatura de sus verdugos lo que fueron las torturas más terribles que pueda soportar un ser humano. Juan Cruz Varela Hubo silencios estremecedores, lágrimas sentidas y emotivos aplausos. Las víctimas describieron con claridad y


Juan Cruz Varela

Hubo silencios estremecedores, lágrimas sentidas y emotivos aplausos. Las víctimas describieron con claridad y sin bajar a la estatura de sus verdugos lo que fueron las torturas más terribles que pueda soportar un ser humano.

Así se vivió la segunda jornada del juicio contra el ex policía federal José Darío Mazzaferri, acusado de integrar una asociación ilícita, en el marco de un plan sistemático de persecución y exterminio de militantes populares, y por delitos que se resumen en allanamientos ilegales de domicilio, secuestros y tormentos a un grupo de ocho víctimas que permanecieron confinadas en esa sede policial.

La de este jueves fue una jornada donde quedó en evidencia el accionar conjunto de un aparato represivo que se ensañó con millares de personas a las que dieron el mote de “enemigos” y que se extendía a sus familiares, sus amigos y allegados. Militares, policías, gendarmes y sus cómplices civiles mataron, torturaron, violaron, robaron e hicieron desaparecer a muchos de ellos.

Una familia castigada

Era casi la medianoche del 30 de septiembre de 1976 cuando una patota del Ejército y de la Policía de Entre Ríos irrumpió en la casa de la familia Angerosa. A cargo del operativo se presentaron “un teniente Anschutz” y “el comisario Mondragón”. El jefe militar era Eduardo Luis Federico Anschutz, que revistaba en el Regimiento de Gualeguaychú; y policía era Juan Carlos Mondragón.

Era ese el segundo operativo de esas características que sufría la familia, ya que en febrero, otro grupo de tareas había realizado un allanamiento en búsqueda de elementos personales de Daniel, uno de los hermanos.

Ante la magnitud del operativo y la certeza de que Hugo Angerosa sería detenido, la madre les dijo a los integrantes de la patota que “ya tenían desaparecido” a su otro hijo, Daniel, y hasta les pidió una constancia que validara el operativo que estaban llevando adelante, ante lo cual Anschutz arrancó una hoja de un diario, escribió que se hacía responsable de la detención y estampó su firma.

A Angerosa lo cargaron en un automóvil, lo llevaron al regimiento y lo alojaron solo en una cuadra donde dormían los soldados. Al día siguiente, el jefe del regimiento, el condenado Juan Miguel Valentino, lo visitó y le dijo que no le pasaría nada, que su detención era para averiguar antecedentes, pero que iban a trasladarlo.

Por la noche, mientras dormía, se abrió la puerta de la cuadra, alguien prendió y apagó la luz en un segundo, y entró una persona muy alta que le vendó los ojos con una cinta ancha y le colocó un par de esposas. Entre varios lo llevaron casi a la rastra y lo introdujeron de un empujón en el piso de la parte de atrás de un auto.

Angerosa alcanzó a reconocer a Julio César Rodríguez, el Moscardón Verde, porque era el mismo que había allanado su casa en febrero y también de un procedimiento en noviembre de 1974 donde se llevaron detenido a Luis Baffico, un amigo suyo; pero no pudo identificar a ninguna de las otras tres o cuatro personas.

–Vos vas a tener que hablar porque si no vas a desaparecer como desapareció tu hermanito, el montonero hijo de puta, en Santa Fe –le dijeron.

El dolor en el otro

En este punto, su historia se cruza con la de Jorge Orlando Felguer, un joven también oriundo de Gualeguaychú que había sido secuestrado unas horas antes del Regimiento de Villaguay, donde cumplía el servicio militar obligatorio. Fue ilegalmente detenido, interrogado y luego retirado de la unidad militar en ambulancia.

En un tramo del recorrido, advirtió que había un automóvil Ford Falcon detenido a un costado, como esperándolos, porque hizo señales de luces para que la ambulancia se detuviera; entonces lo bajaron, le vendaron los ojos con cinta adhesiva, lo ataron como si fuera un matambre, lo tiraron dentro del baúl y le pegaron algunas cachetadas.

Angerosa recordó que cuando fue secuestrado en su casa y lo tiraron en la parte trasera de un auto, advirtió que había otra persona en el baúl a la que, cada tanto, los verdugos le hablaban: “¿Vas bien, Ruso?”, dice que le preguntaban.

Luego supo que se dirigían a la Delegación Concepción del Uruguay de la Policía Federal. “Cuando llegamos, me suben por una escalera caracol y me dejan ahí, esposado”, contó Angerosa.

Lo que siguió fue un calvario de gritos, golpes y el sonido atroz de la picana en el cuerpo de Felguer, en una cama al lado de la suya: le aplicaron corriente eléctrica en los testículos, en la boca, en todo el cuerpo.

“Después me abrieron el pulóver y me aplicaron la picana eléctrica, me pegaron patadas, me insultaban, me decían que cante; y entonces les conté de mi vida, porque no tenía actividad política”, contó Angerosa, ante un profundo silencio en la sala. La sesión de tortura se extendió por horas y aún después de la picana, uno de los torturadores lo golpeaba “con un palito en la boca” para que no se durmiera.

“Nunca sentí un dolor igual que cuando me aplicaron picana eléctrica, pero el sufrimiento más grande fue escuchar los gritos de esa otra persona por la tortura”, aseguró Angerosa en su declaración ante los jueces Beatriz Caballero de Barabani, Otmar Paulucci y Sebastián Gallino.

Angerosa y Felguer permanecieron “tres o cuatro días” en la delegación, siempre con los ojos vendados, y las sesiones de torturas se repetían a diario. No recibieron atención médica y únicamente les dieron de comer “una galleta y mate cocido” el día en que los trasladaron nuevamente al Regimiento de Gualeguaychú. Solo identificaron al Moscardón Verde, pero Felguer refirió que uno de los torturadores “era una persona joven, un pendejo”, según dijo, que condice con la condición de Mazzaferri, que en ese momento tenía 24 años.

Recién les sacaron las vendas cuando llegaron al regimiento. “Tuvieron que usar nafta”, contó Angerosa, para graficar cómo se habían adherido a la piel.

Volverse otro

La familia de Felguer supo de su secuestro por un soldado del Regimiento de Gualeguaychú, que lo vio una mañana en que lo sacaron de la cuadra para llevarlo al baño.

Marta, la hermana de Jorge, contó este jueves ante el tribunal que se entrevistó con el jefe de la unidad militar, Valentino, quien le confirmó que Felguer estaba allí, pero que no podría verlo “porque estaba incomunicado” y en tono intimidatorio le advirtió que “había muchos chicos que estaban matando militares”, en una alusión que pretendió alcanzarlo.

Marta contó que su hermano “era una persona jovial, alegre, con dedicación a la música, pero luego de su secuestro y de las torturas que sufrió quedó en un estado de indefensión psíquica. Tuvo problemas físicos, de salud. Nunca pudo arraigarse en ningún lugar porque siempre se sintió perseguido y con miedo”, resaltó.

Angerosa fue liberado el 11 de octubre. Dice que nunca le explicaron los motivos de su detención, pero está seguro de que estuvo relacionada con las acciones que había realizado, acompañando a su madre, para dar con el paradero de su hermano. En 1978 su familia recibió un nuevo golpe, con el secuestro de Blanca, otra de las hermanas, que estaba embarazada y dio a luz a un varón al que llamó Pedro en el centro clandestino de detención El Vesubio. Ambos permanecen desaparecidos.

Respecto de Felguer, a mediados de noviembre de 1976, fue trasladado al Regimiento de Concordia para que terminara el servicio militar.

Un estudiante en la casa del terror

Juan Carlos Rodríguez tenía 18 años y militaba de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) cuando fue secuestrado por la patota de la Policía Federal, el 19 de julio de 1976.

Contó que recién llegaba a su casa cuando el timbre lo hizo saltar de la mesa. Desde la puerta, su compañero José Pedro Peluffo le insistía para que saliera. Una vez afuera, se encontró con Mazzaferri y el Moscardón Verde, apuntándole. Lo tomaron uno de cada brazo, lo arrastraron hasta la esquina, lo subieron a un Dodge 1500 y lo condujeron hasta la sede de la Policía Federal. El trayecto transcurrió entre golpes e insistentes preguntas por un mimeógrafo.

Ni siquiera pudo avisarle a su madre lo que ocurría:
–No te hagas problemas porque a tu mamá no la vas a ver más –le dijeron.

En un relato cargado de detalles escalofriantes, Rodríguez contó su cautiverio en la sede de la Policía Federal, donde se sucedieron golpizas, insultos, feroces interrogatorios y permanentes ataques a su dignidad. Siempre por la noche.

Allí estaban también César Román, Juan Carlos Romero, Miguel Ángel Zenit y Víctor Baldunciel, que eran estudiantes secundarios como él; y Darío Morén, Carlos Valente y Carlos Martínez Paiva, a quienes conocía como militantes populares.

“Nos dijeron que estábamos detenidos a disposición de la oficina técnica”, dijo Rodríguez, en alusión al área de inteligencia de la Policía Federal. “Después me llevaron a un calabozo, que estaba enfrente de un baño y donde estaban torturando a alguien porque se escuchaban gritos. Me asomé y vi cómo torturaban a Martínez Paiva, entonces el que estaba torturando se dio cuenta, me dijo que después me tocaba a mí y tapó la ventanita con una toalla”, contó.

Los estudiantes secundarios fueron liberados, uno a uno, después de pasar las vacaciones privados de su libertad. Antes, el jefe militar en Concepción del Uruguay, Raúl Federico Schirmer, juntó a los padres de cada uno y les hizo una arenga que concluyó con un reto por las actividades que realizaban sus hijos.

Fuente: El Diario.