Entre Ríos, una puerta de entrada en la ruta de las drogas sintéticas
30/04/2016
Juan Cruz Varela Después de los primeros momentos de conmoción tras la muerte de cinco jóvenes en una fiesta electrónica, sobrevino la preocupación por la creciente circulación de las drogas de diseño en el país, y que tiene a Entre Ríos como un eslabón importante. Las fiestas de música electrónica forman parte de un circuito
Juan Cruz Varela
Después de los primeros momentos de conmoción tras la muerte de cinco jóvenes en una fiesta electrónica, sobrevino la preocupación por la creciente circulación de las drogas de diseño en el país, y que tiene a Entre Ríos como un eslabón importante.
Las fiestas de música electrónica forman parte de un circuito alternativo de diversión que puede despertar una pasión irrefrenable en las personas. Entonces la fiesta se convierte en un rito, un espacio que crea identidad y forma una comunidad imaginaria donde se celebra compartir.
En Paraná, sin ir más lejos, desde hace un par de años se realizan fiestas de música electrónica. Los concurrentes se cuentan de a miles, aun sin que existe una publicidad masiva. Sin ir más lejos, los días 6 y 7 de mayo habrá una fiesta rave –como también se las llama– en algún lugar de la ciudad. La tragedia en un boliche de Costa Salguero que le costó la vida a cinco personas –uno de ellos paranaense– asustó a quien prestaría inicialmente el local, por eso los organizadores apuestan ahora a un “formato club” que promocionan a través de las redes sociales, en un lugar todavía no determinado.
La circulación de drogas sintéticas es algo que está naturalizado en el contexto de las fiestas de música electrónica y, hasta que ocurrió la tragedia de Costa Salguero, los medios habían evitado dar un debate serio sobre esta relación.
Al hablar de drogas sintéticas, las primeras que aparecen en el imaginario colectivo son el éxtasis o el ácido lisérgico (LSD), que llevan varios años en nuestra cultura y han atravesado a distintas generaciones.
Pero estas sustancias son apenas la punta de un iceberg: según datos de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC, por sus siglas en inglés), existen más de cuatrocientos tipos distintos de pastillas y el consumo mundial de este tipo de drogas ha superado al de cocaína y heroína juntas. El país no está ajeno a esa tendencia y Entre Ríos constituye un eslabón importante en la cadena del tráfico.
Ubicación estratégica
Desde hace algunos años, las organizaciones dedicadas al narcotráfico han puesto el ojo en Entre Ríos, principalmente por su ubicación estratégica para la entrada y salida de estupefacientes por la vía fluvial, por sus puertos y los cruces internacionales por vía terrestre. Estas características son las que han aprovechado las bandas como zona de tránsito de la droga desde y hacia la República Oriental del Uruguay.
“Se estima que el 80% de la cocaína que ingresa al Uruguay lo hace por Entre Ríos”, expuso el periodista Daniel Enz en su libro Los Hijos del Narco, sobre el negocio del narcotráfico en la provincia.
El fiscal general ante el Tribunal Oral Federal de Paraná, José Ignacio Candioti, en su informe anual de 2014, señaló que “el corredor de la ruta 14 y los tres puentes internacionales que circundan a la provincia de Entre Ríos facilitan de manera incesante el ingreso de estupefacientes a la región”.
También las fuerzas de seguridad vienen advirtiendo desde hace tiempo a las autoridades que la frontera argentino-uruguaya se consolida como una nueva ruta para el tráfico de cocaína, haciendo hincapié en los cruces a Montevideo por el río Uruguay, en embarcaciones o por los pasos en Gualeguaychú, Colón y Concordia.
Como ocurre en los circuitos de otras provincias argentinas, las drogas sintéticas también circulan en Entre Ríos, así lo admiten tanto los investigadores policiales como los operadores judiciales. De hecho, en los últimos dos años, el Tribunal Oral Federal de Paraná dictó tres sentencias por tráfico de drogas sintéticas: los primos Ariel y José Luis Vaillard –hijos de dos reconocidos administradores de prostíbulos– fueron condenados por la comercialización al menudeo de LSD; pero el caso más resonante tuvo como protagonista a un joven nacido en República Dominicana, aunque con pasaporte holandés, Wilmer Vinicio Suárez de la Cruz, que fue sorprendido en la terminal de ómnibus de Retiro tras ingresar al país por Gualeguaychú con casi veinte mil pastillas de éxtasis en una valija.
El negocio de las pastillas
El 28 de abril de 2012, la máquina de rayos X de la terminal de ómnibus de Retiro delató que en la parte interior del contorno de una valija había dos paquetes que contenían una sustancia orgánica de baja densidad. Al verse descubierto, Suárez de la Cruz, entonces de 22 años, admitió espontáneamente ante los efectivos de la Policía de Seguridad Aeroportuaria que se trataba de éxtasis y que debía hacer la entrega en la ciudad de Buenos Aires.
Luego se determinó que eran 18.931 pastillas de metilendioximetanfetamina (MDMA), lo que comúnmente se conoce como éxtasis, de un color rosa viejo, con la inscripción “V8”, como si se tratara de la firma del fabricante, y que pesaron en total de 5,490 kilogramos.
En su declaración judicial, el joven de origen dominicano, aunque de nacionalidad holandesa y residente en La Haya, detalló el periplo que había hecho desde Europa, dio los nombres de quienes lo habían contactado, contó a quién debía entregar la valija y reveló el modus operandi de la organización.
Según dijo, había salido de la cárcel tres meses antes del viaje, tras purgar una condena por hacer de mula para el tráfico de éxtasis, que estaba desempleado y por eso aceptó la propuesta que le hizo una amiga a la que identificó como Adelaida Jesús Tavarez de traer éxtasis desde Holanda a la Argentina. Ella fue quien lo puso en contacto con un tal “Robert”, de nacionalidad dominicana, y otro al que calificó como el “supuesto jefe”, que le entregó las pastillas, llamado Jaime Jona Villalona, también dominicano.
El viaje era simple, le dijeron: debía viajar desde Dusseldorf hasta Madrid, desde allí a Montevideo y luego, en colectivo, a Buenos Aires. La noche anterior al vuelo, “el jefe” lo llevó a su casa en Arnhem, Holanda, y temprano a la mañana lo trasladó al aeropuerto. Para el viaje le dieron 300 euros, un teléfono celular para que pudiera contactarse con Jaime y prometieron pagarle 6.000 dólares por su trabajo.
Suárez de la Cruz aseguró que no sabía la cantidad de pastillas que llevaba porque “ellos” prepararon la valija (mencionó a “un amigo colombiano, que se llama Simón”); y atravesó sin inconvenientes los controles en tres aeropuertos internacionales: explicó que despachó el equipaje en Dusseldorf, la valija fue revisada por un scanner en Madrid y tampoco hubo problemas en Montevideo.
Una vez en la República Oriental del Uruguay, se alojó en una habitación que le habían reservado en un hotel de la capital y sacó un ticket en colectivo hacia Buenos Aires. Sus jefes le dijeron que el último tramo era “supuestamente era el más fácil” y que “Robert” y Jaime ya lo habían hecho entre noviembre y diciembre de 2011.
El periplo tiene como variante el cruce a través de un ferry por el Río de la Plata.
La Policía uruguaya está advertida de este tipo de maniobras de triangulación: hombres jóvenes, que viajan solos y livianos de equipaje, que aterrizan en Montevideo, procedentes de España, pero con origen en Bélgica u Holanda, de paso hacia Buenos Aires. Tal es así que en los últimos diez días se incautaron 41.905 pastillas de éxtasis en la capital uruguaya.
Lo cierto es que Suárez de la Cruz abordó un colectivo que partió desde la terminal de Montevideo el 27 de abril a las 22.30 e ingresó a la Argentina a las 5.41 del día siguiente –con tres horas de retraso por un accidente en la ruta–, a través del Puente Internacional General San Martín, que une Fray Bentos con Gualeguaychú. Tuvo suerte porque a raíz de la demora que traía el colectivo, se relajó el control migratorio y no se revisaron los equipajes.
Dijo además que la persona que debía recibir las pastillas de éxtasis en Buenos Aires era Joan Villalona, alias Mancha, por una marca que tiene en el rostro, que es primo de Jaime, el jefe; y reveló que la organización siguió activa luego de su detención porque supo que otras tres personas habían arribado al país transportando éxtasis.
Negocio millonario
Las drogas de diseño se elaboran a partir de un proceso químico de distintas moléculas que no son derivadas de productos naturales y que, generalmente, se fabrican clandestinamente. Se podría decir que se utilizan con fines recreativos.
La creación de las drogas de diseño no requiere de una gran logística ni de grandes volúmenes de producto básico. Muchas de estas pastillas se pueden elaborar en la cocina de una simple vivienda y a un costo relativamente bajo.
Wilmer Suárez de la Cruz contó que las pastillas que debía transportar las producía un químico holandés que se las vendía al jefe de la organización, al que identificó como Jaime Jona Villalona, a un costo de 75 centavos de euro cada una. Esas mismas pastillas se venden en los boliches a un precio que oscila entre 200 y 300 pesos y que puede llegar hasta los 600 pesos.
El colectivo que lo trasladaba desde Montevideo finalmente llegó a Retiro alrededor de las 10 de la mañana. Lo que sigue es historia conocida.
En 2014, el Tribunal Oral Federal de Paraná condenó a Suárez de la Cruz por contrabando y le impuso una pena de cuatro años y seis meses de prisión. El muchacho terminó expulsado del país y volvió a La Haya. Además, Interpol remitió copia de su declaración las autoridades holandesas.
Fuente: El Diario.