Un gendarme dejó entrever que una banda narco exportaba cocaína

12/08/2015

Juan Cruz Varela El testimonio surgió en el juicio contra una organización dedicada a la venta de droga al menudeo en Gualeguaychú: el oficial de Gendarmería que tuvo a su cargo las tareas de inteligencia que permitieron desbaratar a la organización dejó entrever que la estructura criminal realizaba exportaciones de cocaína a Estados Unidos, de


Juan Cruz Varela

El testimonio surgió en el juicio contra una organización dedicada a la venta de droga al menudeo en Gualeguaychú: el oficial de Gendarmería que tuvo a su cargo las tareas de inteligencia que permitieron desbaratar a la organización dejó entrever que la estructura criminal realizaba exportaciones de cocaína a Estados Unidos, de acuerdo con los datos surgidos de las comunicaciones telefónicas interceptadas entre los integrantes.

“De las escuchas surge que la mercadería salía fuera del país”, aseguró Leandro Luis Tajes, que tuvo a su cargo la investigación que permitió desbaratar a la narcobanda. La “mercadería” a la que se refiere es cocaína.

Sin embargo, el gendarme aclaró que la investigación “no pudo avanzar más allá de (Pablo Martín) Ludueña”, a quien se le atribuye el rol de proveedor de la cocaína que luego se revendía en kioscos de droga en Gualeguaychú.

El dato de la posible exportación de cocaína aparece en una conversación telefónica en la que otro de los imputados le reprocha a otra persona a la que identifica como “Martín”, que sería Ludueña, que le vendiera droga de mala calidad. Al principio, el proveedor ensaya una justificación y dice que ya le había advertido “que venía de fracción”, pero luego termina admitiendo “que vino un poco más floja”. Y sigue:
–Igual yo sabía que la forma era diferente, pero no me imaginé que era así.
–Claro –asiente su interlocutor.
–Y me parece que esa era para Estados Unidos, no sé bien –se regodea Ludueña, dejando abierta la posibilidad de que su proveedor también exportara cocaína.

La persona del otro lado de la línea era Miguel Ángel Braun, que era quien adquiría la droga con la que luego abastecía a distintos kioscos en Gualeguaychú.

Sin embargo, Tajes admitió que no fue posible avanzar hacia los eslabones superiores de la organización delictiva: “Llegamos hasta Ludueña”, reconoció.

Narcobanda

En su declaración ante el Tribunal Oral Federal, Tajes hizo un pormenorizado detalle sobre la organización, funcionamiento y movimientos de la estructura, a partir de lo recabado en las tareas de inteligencia, filmaciones, fotografías y escuchas telefónicas que realizó Gendarmería durante los seis meses que duró la investigación.

De la investigación surgió que Ludueña, que vivía en una lujosa mansión de cuatro plantas en Avellaneda, provincia de Buenos Aires, era quien proveía de cocaína a la organización. Recibía el dinero en pesos, lo cambiaba por dólares, adquiría la droga y se la enviaba a Miguel Ángel Braun en colectivo. La mula era Diego Maximiliano Barreto (“sacaba los pasajes con su nombre”, dijo Tajes en su declaración). En tanto, Braun, junto con su hijo Miguel Exequiel, alias Pata (en los hechos, fungía como lugarteniente del padre en la estructura delictiva), y la abogada Elena Cecilia Gómez distribuían la droga en la ciudad para que fuera revendida al menudeo. Los puntos de venta eran las casas de Olga Gladys Sosa, los Braun y Abel Salva, aunque habría otros.

La entrega de la droga que se secuestró el 2 de noviembre de 2013 habría sido pactada unos días antes. Tajes dijo haber presenciado a la distancia un encuentro de Ludueña con los Braun a la altura del kilómetro 134 de la Ruta Nacional 12: “Pata se quedó en el auto y Miguel Braun y Ludueña se cruzaron a la estación de servicio que había enfrente”, relató. Seis días después, padre e hijo viajaron a Buenos Aires para entregarle el dinero a Ludueña: “Fueron a ver a Juventud Unida y después salieron a Buenos Aires… le llevaron el dinero por tres kilos”, contó Tajes. La operación se cerró en 171.000 pesos, a razón de 57.000 pesos por kilo y debían recibir la droga el sábado. El 30 de octubre, efectivamente, Juventud Unida venció por 2 a 1 a Libertad de Sunchales en su estadio, en un partido que se programó para las 14 en la localidad del sur entrerriano. “Después Ludueña se comunicó con Gómez y ella le dijo que viajaría a Buenos Aires y que necesitaba un kilo (de cocaína) para el lunes”, agregó el oficial de Gendarmería.

Golpe de nocaut

Según dijo Tajes ante el tribunal, la entrega de la droga fue controlada por Gendarmería en todas sus instancias. “Pasé dos o tres noches en la terminal esperando a que Barreto tomara el colectivo”, señaló.

Al mismo tiempo, se dispuso una vigilancia sobre el departamento de Gómez, en Avenida Córdoba de Capital Federal. Hasta ahí llegó Ludueña el mismo 2 de noviembre, “a las 11.40”, portando una caja, “ella lo recibió en la entrada del edificio, subieron, permanecieron unos diez minutos y volvieron a salir, juntos”. Así lo refirió Tajes y quedó registrado también por las cámaras de seguridad del edificio.

El mismo Tajes abordó, unos minutos después, el colectivo en el que viajaba Barreto hacia Gualeguaychú y se sentó justo enfrente de la mula, pasillo de por medio. “Durante el viaje, Ludueña lo llamó por teléfono y Barreto le contestó que todo iba bien, que ya había pasado lo más complicado”, sostuvo el gendarme, en referencia a los controles en el complejo Zárate-Brazo Largo.

Barreto fue detenido en un control que había sido programado previamente por Gendarmería a la altura de Perdices, a poco de llegar.

Fue el principio del fin para la organización.

Luego se producirían allanamientos casi simultáneos. En el “lujoso” departamento de Gómez (según la descripción que hizo la gendarme Melisa Suárez), donde no se encontró a la abogada, pero sí el pan de cocaína de 1,079 kilos de cocaína que presumiblemente le había entregado Ludueña, otra bolsa con el mismo polvo blanco y 10,9 gramos de marihuana. En la extraordinaria mansión de Ludueña se secuestraron dos teléfonos celulares, documentación, computadoras, cuatro armas, 88.100 pesos, 12.400 dólares, un Mini Cooper, un Peugeot 308 modelo Feline y una moto Yamaha de alta cilindrada. En Gualeguaychú, en la vivienda de Braun padre se incautó un envoltorio que contenía cocaína, una bolsa de nylon con cortes circulares, una trincheta con vestigios de cocaína y una balanza; a la vuelta, en la casa de Braun hijo, se secuestró dinero en efectivo; y al lado, en la casa de Sosa, se secuestraron 121 bolsitas de nylon que contenían cocaína. Fue el golpe de nocaut.

Arrepentido, ¿si o no?

El golpe contra la organización comenzó a gestarse cuando Gendarmería interceptó un colectivo de la empresa Nuevo Expreso. Sentado en la butaca número 44 viajaba Diego Maximiliano Barreto, la mula, portando un bolso de cuero en el que los agentes encontraron tres paquetes rectangulares de cocaína, cuyo peso total era de 3,190 kilos, y otro envoltorio más pequeño con la misma sustancia.

Por orden de un secretario judicial, los agentes le ofrecieron a Barreto acogerse a la figura del “arrepentido” y colaborar con la investigación, en los términos que prevé la ley que penaliza la tenencia y tráfico de estupefacientes.

Entonces el imputado dijo que el bolso se lo había dado un tal “Martín”, que no sabía el apellido, aunque aportó una descripción física que coincidía con la de Ludueña, y que debía entregársela a otra persona a quien identificó como “Miguel Ángel Braun”. Un testigo de ese acto negó “que se hubiera producido cualquier amedrentamiento” hacia el imputado. Del mismo modo lo contó el gendarme Tajes.

Sin embargo, Barreto no ha recibido ningún beneficio porque la información que brindó no se ha considerado como sustancial para “desbaratar una organización dedicada a la producción, comercialización o tráfico de estupefacientes”. Es que los investigadores ya conocían los datos que Barreto les aportó, a tal punto que al momento de su detención, el juez ya había autorizado los allanamientos en las viviendas de Ludueña y Braun.

Fuente: El Diario.