Condenaron a la madre de Caudana como regente de un kiosco de droga

29/04/2015

Juan Cruz Varela Un tribunal ad-hoc revirtió el veredicto del primer juicio y condenó a Elda Liliana Balla, la madre del narcotraficante paranaense Gonzalo Caudana, a cuatro años y seis meses de prisión por el regenteo de un kiosco de drogas en su casa. La sentencia fue el corolario de una maratónica jornada de siete


Juan Cruz Varela

Un tribunal ad-hoc revirtió el veredicto del primer juicio y condenó a Elda Liliana Balla, la madre del narcotraficante paranaense Gonzalo Caudana, a cuatro años y seis meses de prisión por el regenteo de un kiosco de drogas en su casa.

La sentencia fue el corolario de una maratónica jornada de siete horas en los tribunales federales, donde los jueces Ricardo Vázquez, Otmar Paulucci y Jorge Venegas Echagüe escucharon el descargo de la acusada, recibieron testimonio a siete testigos y prestaron atención a los alegatos de las partes.

Elda Balla, de 51 años, fue condenada como autora y responsable del delito de tenencia de estupefacientes con fines de comercialización. La pena que recibió es similar a la que recibió su hijo, Kevin Gómez, en el primer juicio, donde ella resultó absuelta. El tribunal le impuso, además, una multa de 400 pesos. De todas maneras, la mujer permanecerá en libertad hasta tanto la sentencia quede firme y, cuando eso ocurra, recibirá el beneficio del arresto domiciliario por razones de salud.

En tanto, los fundamentos de la sentencia, es decir, las pruebas que el tribunal consideró para tomar su decisión, recién se conocerán en una semana.

Pasamanos

Elda Balla y Kevin Gómez fueron detenidos el 7 de julio de 2012, tras un procedimiento de más de diez horas en la casa de calle Gobernador Febre 945 donde ambos vivían. Efectivos de la Dirección de Toxicología de la Policía de Entre Ríos secuestraron 27 bochas de cocaína en distintas partes de la casa.

La droga incautada dio un peso total de 55 gramos, envuelta en bolsitas de nylon, acondicionada y lista para la venta. Las bochitas o cebollines estaban dispersados en tres recipientes plásticos que se encontraban semi-ocultos en una alacena de la cocina-comedor –en el dormitorio de Gómez se encontró una bochita con cocaína–.

En la casa también se secuestró de un cuchillo con restos de estupefacientes, bolsitas de nylon vacías similares a las que contenían el estupefaciente, tres balanzas de precisión, cinco teléfonos celulares, chips para aparatos, un handy y 2.550 pesos en efectivo. Además, se incautaron nueve armas de fuego y una gran cantidad de proyectiles.

La Policía aportó además videos de vigilancia realizada durante tres meses en los que se podía ver a personas que llegaban caminando, en moto o en auto, se aproximaban a la reja que antecede el ingreso a la vivienda y realizaban operaciones tipo pasamanos, típicas del intercambio de estupefacientes por dinero. Algunos, inclusive, ingresaban a la casa, permanecían unos minutos y luego se retiraban. “No eran visitas de amigos; las personas no iban a la casa a ver partidos de fútbol, no se quedaban una hora, permanecían segundos, minutos; eran visitas de transas de estupefacientes”, enfatizó el fiscal José Ignacio Candioti en su alegato.

Sus palabras quedaron corroboradas por el testimonio que dieron los policías que realizaron las tareas de vigilancia en las inmediaciones de la casa.

“La venta la hacía Kevin, pero seguía cuando él no estaba”, dijo Lisandro Reyes, uno de los policías que hizo trabajo de inteligencia. “Cuando Kevin salía, la que vendía era la madre”, acotó. De hecho, momentos antes de irrumpir en la vivienda, la Policía detuvo a dos jóvenes que habían estado unos minutos en la casa y a uno de ellos le encontró una bochita con cocaína. Después supieron que Gómez no estaba en ese momento en la casa y constataron que el envoltorio era similar a los que había en la alacena.

“Era un ir y venir constante de gente, gente de distinta clase, llegaban a pie, en bicicleta, moto, en auto; entraban a la casa y a los dos o tres minutos salían”, acotó Nicolás Bianchini, otro de los policías que realizó tareas de vigilancia. La mayor afluencia de personas por la casa se daba en horas de la siesta y hacia la tardecita-noche y, generalmente, eran personas jóvenes: “Había varias escuelas en la zona y se veía llegar a personas jóvenes con mochilas y carpetas”, graficó Reyes.

La madre “de”

En su alegato, el fiscal Candioti desechó cada una de las explicaciones que ensayó Elda Balla durante la indagatoria ante el tribunal.

La mujer había dicho, en su indagatoria, que estaba sentada en el banquillo de los acusados por ser “la mamá de los Caudana” y hasta se permitió manifestar que “el allanamiento es algo armado por la Policía” en contra suya y de su hijo. Dijo también que por esos días paraba en su casa un amigo de Kevin y su abogado, Jorge Qüesta, acotó que en la casa vivían otras cinco personas.

Candioti no dudó en responder: “Ella no está sentada acá por ser la madre ‘de’; a ella se la acusa por un hecho concreto; ella debe responder por lo que sucedía en su domicilio”, dijo, enérgico, el fiscal. “Ella intervenía en forma directa en el comercio de estupefacientes, por eso la parte más importante se encontró en la cocina, un lugar donde ambos (Balla y Gómez) tenían la disposición”, agregó el fiscal.

También rebatió las distintas coartadas que fue ensayando la defensa: “Antes le apuntaron a un tal Dani, ahora que Kevin ya está condenado dicen que la droga era suya o de la pareja de Kevin y que a la casa iban amigos de sus nietos. No dice la verdad esta señora”, apuntó el fiscal en un tramo de su alegato.

“Yo soy Liliana Balla”

Elda Liliana Balla tiene 51 años. Además de Kevin Gómez, es la madre de Gonzalo y José Caudana, ambos cumpliendo penas por tráfico de estupefacientes, y de dos mujeres. Ayer en el juicio se quejó de que su nombre esté siempre vinculado a sus hijos: “Me están sacando hasta mi identidad… yo soy Liliana Balla y no por ser la mamá, soy igual a ellos”, se defendió ante el tribunal que la juzgaba por segunda vez.

La mujer es también hermana de Carlos y Oscar Balla, el primero, ex integrante del grupo parapolicial Comando Paraná, que era el brazo entrerriano de la Triple A, y condenado a reclusión perpetua por el crimen del escribano Rubén Calero, perpetrado en 1991; el segundo, ex titular de la Dirección Provincial del Trabajo en los últimos gobiernos peronistas.

Luego de ser detenida, en julio de 2012, la mujer perdió el trabajo que tenía en la Municipalidad de Paraná, ya que fue cesanteada de la Dirección de Comedores, donde se desempeñó durante 23 años.

Ayer, al explicar los perjuicios que le había generado el allanamiento en su domicilio, cayó en una contradicción sobre este punto: por un lado, cuestionó la investigación preliminar de la Policía porque no detectó que ella salía todos los días, temprano a la mañana, a trabajar; por otro lado, dijo que el día del allanamiento ella estaba postrada en su cama, afectada por un cáncer.

Fuente: El Diario.