Murió sin recibir una condena el represor apodado “Zapatita”

03/01/2015

Juan Cruz Varela Fue uno de los personajes más oscuros de la historia reciente en la ciudad de Diamante. Carlos Horacio Zapata murió el primer día del año en que la justicia dejará caer su martillo contra los represores de la última dictadura cívico-militar. El ex policía provincial falleció a los 68 años en el


Juan Cruz Varela

Fue uno de los personajes más oscuros de la historia reciente en la ciudad de Diamante. Carlos Horacio Zapata murió el primer día del año en que la justicia dejará caer su martillo contra los represores de la última dictadura cívico-militar.

El ex policía provincial falleció a los 68 años en el Sanatorio Adventista del Plata, en Villa Libertador San Martín, adonde estaba internado desde el fin de semana a raíz del agravamiento de su salud: padecía cáncer de pulmón primario con metástasis en ganglios (mediastino) y huesos (clavícula y vértebra).

Dirá la historia que Zapatita, como lo conocían desde sus amigos hasta sus víctimas, murió impune. El juicio escrito por la denominada megacausa Área Paraná lo tenía como acusado por los delitos de privación ilegítima de la libertad, imposición de severidades, vejaciones y apremios y la aplicación de tormentos contra trece ex detenidos políticos durante la última dictadura cívico-militar. Por esos hechos pasó detenido los últimos cinco años de vida, primero en la cárcel de Paraná y en el último tiempo en su casa diamantina.

Había nacido el 3 de septiembre de 1946 en Federación e ingresó a la Policía en los primeros años de la década del setenta; en ese tiempo se desempeñó en la Jefatura Departamental de Diamante y en la Dirección de Investigaciones. Entre 1976 y 1978 encabezó operativos de secuestro de personas, participó de sesiones de torturas e intervino en la confección de las actas con declaraciones autoincriminatorias que los represores les obligaban a firmas a sus víctimas bajo amenazas. Pero aún antes del golpe había puesto en práctica el engranaje represivo en la ciudad, realizando detenciones ilegales y acciones de inteligencia sobre familiares de presos políticos.

La patota de la Policía

A partir del 24 de marzo de 1976, el régimen militar puso en práctica operativos masivos que tuvieron como objetivo central anular toda forma de oposición. Gran cantidad de personas fueron secuestradas por grupos integrados por personas, tanto uniformadas como vestidas de civil, pertenecientes a las fuerzas armadas y policiales.

En esos años, la Policía de Entre Ríos estaba bajo el control operacional del Ejército y se abocó al plan sistemático de represión clandestina e ilegal. Desde ese lugar, Zapatita fue un engranaje central dentro del esquema represivo porque era uno de los encargados de realizar las detenciones ilegales, traslados y alojamiento de esas personas en lugares donde permanecían en condiciones deplorables, con deficiente o nula alimentación, privados de toda higiene y padeciendo amenazas, golpes, vejaciones y torturas.

Había en Diamante una especie de grupo de tareas integrado por policías, y dependiente de los militares. Zapata era uno de sus integrantes, al igual Daniel Manuel Rodríguez, al que apodaban Pancita, y Luis Francisco Armocida, los tres oficiales de la Dirección de Investigaciones de la Policía de Entre Ríos. Inclusive a veces se movían en sus automóviles particulares. En el caso de Zapatita, prestaba su Renault 12 color celeste para los procedimientos de detención ilegal de personas.

Los ex detenidos mencionan a los integrantes de esta patota como presentes en los centros de detención y tortura, como la Jefatura Departamental de Diamante, la Comisaría de El Brete, el Escuadrón de Comunicaciones del Ejército y una casita ubicada en cercanías de la Base Aérea; y los señalan como participantes activos en la obtención de declaraciones espontáneas que eran arrancadas a los presos políticos bajo tormentos.

Un torturador feroz

Los testimonios se multiplican respecto de las prácticas atroces y el salvaje tratamiento que recibieron los ex presos políticos durante su cautiverio.

Uno de ellos, Walter Macchi, por ejemplo, dijo que al momento de su detención se asomó a la puerta y vio a Zapata disparar contra la cerradura de la puerta de la casa al lado, donde vivía el dirigente radical Rodolfo Parente. Ambos fueron detenidos ilegalmente por la misma patota. Parente reconoció a Zapata y mientras se lo llevaban gritó el nombre del policía para que su hermana supiera adónde debía acudir para averiguar sobre su paradero.

Otro ex detenido, Juan Antonio Torres, aseguró haber sido torturado por Zapata en la Comisaría de El Brete. Dijo que el ex policía dirigía el interrogatorio y que en una ocasión “ató un llavero a su pie, a fin de que hiciere contacto mientras recibía las descargas eléctricas en los testículos, en el pecho y en la planta de los pies, pero se multiplicaban porque estaba estaqueado sobre un elástico metálico”.

Néstor Antonio Zapata, en tanto, fue una de las personas que lo padeció en todas las instancias: el ex policía participó de su secuestro, el 11 de septiembre de 1975, estaba cuando fue golpeado y sometido a tormentos en la sede policial, luego lo trasladó a Paraná y volvió a reconocerlo en la tortura, en los cuarteles y en la Base Aérea, “por la voz y el olor a alcohol”, pero también porque lo conocía de Diamante. “Cada vez que pasaba por donde yo estaba acostado, me pegaba en la cabeza con la llave de las esposas”, dijo.

La justicia ya no podrá condenarlo por estos crímenes. Primero recibió el amparo de la obediencia debida y ahora el punto final biológico, que le dicen. Peor aún, al momento de dictar sentencia el juez deberá escribir que Carlos Horacio Zapata fue sobreseído por extinción de la acción penal por fallecimiento. Pero Zapatita se llevó consigo la condena social y el escrache público que le tocó padecer cuando todavía podía andar por la calle, ese que no entiende de leyes sino que asoma en el sentimiento de las víctimas.

Fuente: El Diario.