Volvieron a acusar a Moyano de participar en sesiones de tortura
31/10/2014
Juan Cruz Varela Las técnicas de tortura utilizadas por los represores de la dictadura han sido descriptas en detalle por los ex detenidos políticos: golpes, pasajes de corriente eléctrica por distintas partes del cuerpo, amenazas, diversas formas de asfixia, ultraje sexual, humillaciones. Pero el perfeccionamiento del aparato represivo era tal que había profesionales de la
Juan Cruz Varela
Las técnicas de tortura utilizadas por los represores de la dictadura han sido descriptas en detalle por los ex detenidos políticos: golpes, pasajes de corriente eléctrica por distintas partes del cuerpo, amenazas, diversas formas de asfixia, ultraje sexual, humillaciones. Pero el perfeccionamiento del aparato represivo era tal que había profesionales de la salud o personas con conocimientos médicos que asistían a los prisioneros para evitar que se quedaran en las sesiones de tortura. Así lo refirieren varios de ellos.
Lo que dicen los sobrevivientes de la dictadura es que había médicos que asesoraban a los torturadores en la aplicación de la picana y repiten un nombre: Hugo Mario Moyano.
El profesional santafesino, aunque vivió la mayor parte de su vida en Paraná, fue nuevamente señalado ayer, en la décima audiencia del juicio escrito por crímenes de lesa humanidad en la denominada Área Paraná.
José Daniel Irigoyen, un ex preso político durante la última dictadura cívico-militar, señaló que pudo ver a Moyano mientras era torturado con picana eléctrica y sometido a golpes en la “casa del director”, dentro de la unidad penal. Por su parte, Daniel Paduán, otro ex detenido, dijo haber sido revisado por una persona que evidenciaba tener conocimientos médicos y que les indicaba a los torturadores si podían continuar con la tortura o debían hacerlo descansar.
A la tortura por una firma
Irigoyen había sido privado de la libertad el 28 de noviembre de 1974 y hasta enero de 1977 permaneció detenido sin proceso. En esa situación estaba cuando una patota lo retiró de su celda en la cárcel de Paraná para hacerlo firmar una declaración en vísperas del consejo de guerra que los militares estaban preparando para juzgar –si cabe el término– el homicidio de Jorge Cáceres Monié, ocurrido el 3 de diciembre de 1975. Irigoyen se negó a firmar y comenzó una tortura feroz que se extendió por diez días.
En la “casa del director” fue sometido a tormentos con picana eléctrica, submarino seco, golpizas. “Fueron muchas sesiones de tortura, que terminaban siempre con un simulacro de fusilamiento”, señaló. “No me interrogaban, lo único que querían era que firmara la declaración”, acotó en la audiencia de ratificación ante el juez Leandro Ríos.
Irigoyen aseguró que “de la picana se ocupaba exclusivamente (el policía federal, Osvaldo Luis) Conde”, pero aseguró que “de los golpes participaban otros”, entre los que mencionó a José Anselmo Appelhans, director de la unidad penal, y Jorge Humberto Appiani. En la sala había una cuarta persona que cada tanto se le acercaba para sugerirle que firmara la declaración que tenía delante suyo, a la que recuerda por el ceceo de su voz, y también alcanzó a ver a los militares Alberto Rivas y Carlos Horacio Zapata (fallecido), que estaban “parados en el fondo de la habitación, al lado de la puerta”.
En esas circunstancias, también el médico tenía un rol específico: “Cada tanto venía Moyano, me auscultaba el corazón y veía si estaba bien para que siguiera la tortura”, explicó. “Moyano era quien se ocupaba del aspecto físico”, apuntó luego.
Las referencias eran claras respecto de las personas porque a todos pudo verlos cada vez que le levantaban la capucha para instigarlo a que firmara la declaración. “Había dos personas jóvenes en la tortura: Appiani y Moyano”, apuntó.
El ex detenido contó que en una ocasión, estando acostado y atado a un camastro mientras era picaneado, su cuerpo se arqueó con tanta violencia que se le soltó una de las ataduras y alcanzó a rozar a Conde con su mano, transmitiéndole corriente eléctrica. “Conde se enfureció tanto que hizo que me estaquearan de pie y comenzó a patearme en los testículos, mientras otros me sostenían las manos”, dijo. Appelhans y Appiani eran quienes lo tomaban de los brazos.
Irigoyen no fue sometido al consejo de guerra, supone que por no haber firmado la declaración autoincriminatoria que le presentaron Appiani y Conde. El derrotero que hasta ese momento lo había llevado por las cárceles de Paraná, Gualeguaychú, Coronda y nuevamente Paraná, finalizó en diciembre de 1978 en Resistencia, cuando fue liberado.
Atrocidades
Paduán, por su parte, integraba el centro de estudiantes del Colegio La Salle cuando una patota se lo llevó de su casa, en febrero de 1977, encapuchado, esposado, amenazado y en un clima de extrema violencia verbal.
Esa noche terminó en el sótano de un lugar alejado de la ciudad que luego reconoció como la Comisaría de El Brete, donde fue estaqueado en una cama con flejes, golpeado con puños, palos, cintos, quemado con cigarrillos, sometido a pasajes de corriente eléctrica y al submarino, una práctica consistente en la sumersión de la cabeza dentro de un recipiente con agua hasta provocar la asfixia.
La misma práctica se repitió durante los ocho días siguientes, pero en un lugar que presume sería cercano o dentro del Escuadrón de Comunicaciones del Ejército.
“Las torturas siempre eran en el marco de interrogatorios; después seguían pegando un poco más por deporte, nomás”, aseguró. “En las sesiones de mayor saña (en la tortura) pretendían que incriminara al rector de La Salle y al padre (Pedro) Pérez y preguntaban dónde estaban las armas y quién era el instructor de la guerrilla en el colegio”, acotó.
Paduán aseguró que no pudo identificar a ninguno de sus torturadores porque estuvo todo el tiempo encapuchado, pero llegó a establecer que “quien dirigía el interrogatorio era Ramiro, que tenía una voz ronca; después había otra persona de buen trato que escribía a máquina; y también andaba Appiani”, aunque no en la tortura, según dijo. Además, había alguien que controlaba su salud: “En las sesiones de tortura, a veces, hacían ingresar a una persona que me revisaba, tomaba el pulso y les decía que siguieran dándome (picana eléctrica) o que me dejaran descansar, algunas veces usaba también un estetoscopio. Si era médico o enfermero, no lo sé; pero era una persona de voz más suave, se le sentía olor a limpio y no se lo notaba agitado, porque ellos se cansaban de pegar, también”.
Tras permanecer alrededor de un mes en los cuarteles, el 22 de marzo ingresó encapuchado a la unidad penal, donde fue revisado por el médico Moyano. Paduán le mostró las heridas que tenía en sus muñecas y pretendió que viera las lesiones en la espalda:
–No, dejá nomás, está bien –le contestó el médico con desdén.
El soldado Papetti y el consejo de guerra
Tras pasar unos meses detenido, Paduán fue sometido a un consejo de guerra. Los militares le imputaban el intento de copamiento del Regimiento de Concordia, aunque eso en realidad era una excusa para justificar la desaparición del soldado Jorge Emilio Papetti mientras realizaba el servicio militar obligatorio.
Papetti fue secuestrado el 16 de marzo de 1977 y, según dijo un ex detenido político, habría fallecido cinco días después en una sesión de tortura en la “unidad familiar”, dentro de la cárcel de Paraná. La versión que dieron los militares a su familia, en cambio, es que Papetti se fugó en Villaguay, cuando era trasladado a la capital entrerriana, aprovechando una detención del vehículo por fallas mecánicas.
Lo cierto es que el consejo de guerra se realizó unos meses después y Paduán fue condenado a cinco años de prisión.
Previo al circo, Appiani volvió a aparecer en la “unidad familiar”, esta vez para hacer que eligiera defensor entre los nombres que había en una lista que le llevó y pretendió hacerlo firmar una declaración que luego sirvió de base para la acusación que se le formulara en el consejo de guerra. “Su tarea era netamente administrativa”, aseguró.
Paduán fue claro sobre la farsa que significaba ese juicio militar: “En los interrogatorios nunca me preguntaron por Papetti ni por el regimiento; yo no conocía a Papetti, no sabía que hubiera regimiento en Concordia ni tenía contacto con gente de Concordia”.
Fuente: El Diario.