Los delitos sexuales, otra forma de tortura en los centros clandestinos

25/10/2014

Juan Cruz Varela Las investigaciones de las graves violaciones a los derechos humanos cometidas durante la última dictadura cívico-militar han permitido determinar una metodología criminal que incluyó el secuestro de personas y su alojamiento en condiciones deplorables en centros clandestinos de detención, donde permanecían encapuchadas, sin alimentación, privados de toda higiene y donde además padecían


Juan Cruz Varela

Las investigaciones de las graves violaciones a los derechos humanos cometidas durante la última dictadura cívico-militar han permitido determinar una metodología criminal que incluyó el secuestro de personas y su alojamiento en condiciones deplorables en centros clandestinos de detención, donde permanecían encapuchadas, sin alimentación, privados de toda higiene y donde además padecían amenazas, golpes, vejaciones y tormentos.

Las violaciones sexuales también fueron una práctica sistemática, pero quedaron de alguna manera soslayadas en los procesos de justicia. Las víctimas muchas veces han minimizado sus padecimientos personales frente al trato que sufrieron sus compañeros de militancia durante la represión ilegal y ante la prioridad que significa conocer el destino de los desaparecidos; y en el caso de los hechos de violencia sexual han sido ocultados también por pudor.

Los delitos sexuales ni siquiera fueron investigados como tales durante la vigencia de las leyes de impunidad, a pesar de que habían quedado fuera del alcance de la obediencia debida y el punto final, como el robo de bebés y la sustracción de bienes.

Lo cierto es que aun luego de reapertura de las causas, el criterio adoptado por los tribunales respecto de los crímenes sexuales cometidos en el ámbito de la represión ilegal fue que se calificaran como imposición de tormentos.

La perspectiva de género permite hoy analizar el impacto de esos abusos en forma diferenciada e independiente dentro de las torturas a que fueron sometidos los detenidos políticos, tanto hombres como mujeres, en las cárceles de la dictadura.

La discusión sobre la violencia sexual bajo la represión se presentó ayer en la sala de audiencias de la Cámara Federal de Apelaciones, donde se sustancia el juicio escrito por los crímenes cometidos en la denominada Área Paraná.

La violación como método de tortura

María Luz Piérola, una ex presa política y sobreviviente de la dictadura, relató que cuatro personas la violaron en un predio del Ejército que luego reconoció como el Donovan Polo Club de Concordia, y señaló al oficial de la Policía Federal, Osvaldo Luis Conde (foto), como uno de ellos.

Tenía 18 años cuando fue secuestrada el 25 de febrero de 1977. Una patota irrumpió de noche en la casa que compartía con su pareja, Mario Menéndez –que no estaba en ese momento–, y Beatriz Pfeiffer. Los integrantes del grupo de tareas golpearon, encapucharon y se llevaron a las dos mujeres hasta una casita que había dentro del regimiento que comandaba Naldo Miguel Dasso.

–Ahí me desnudan, me interrogan y me violan cuatro personas –relató ayer ante una sala repleta y en un clima de hondo dramatismo y emoción.

Conde se desempeñaba en la Delegación Paraná de la Policía Federal y lideraba la patota que la secuestró. También había estado en la casa de sus padres, junto con Juan Carlos Trimarco, el jefe de la represión en la provincia, cuando secuestraron a su hermano Álvaro. “Era impresionante la baba que tenía, un asco, parecía un animal rabioso”, recordó. Sin embargo, no lo reconocería sino hasta unos meses después, ya liberada, cuando volvió a presentarse en su casa, pero acompañando a su pareja, una docente amiga de su madre.

Luego fue trasladada hasta una pequeña habitación donde la esposaron de pies y manos al elástico de una cama con flejes de metal y fue sometida a pasajes de corriente eléctrica por una patota que encabezaba una persona que se hacía llamar Ramiro o Raúl. “Ahora vas a ver, hija de puta, vas a saber lo que es Enriqueta”, le dijo primero este tal Ramiro y refiriéndose a la picana, para luego agregar: “Qué olor que tenés, por qué no te bañaste, sucia”. Ella contestó que había sido abusada hacía unos instantes y su respuesta generó “un silencio en el ambiente”, lo que la llevó a pensar que “Ramiro no sabía que había sido violada” o que “la violación no debe haber estado autorizada por Ramiro”.

María Luz no vio nunca a esa persona que se hacía llamar Ramiro o Raúl, a pesar de que estuvo “en todos lados” durante su cautiverio, porque estuvo siempre encapuchada. Sin embargo, lo describe como “una persona corpulenta, morrudo, con voz gruesa, que usaba perfume y estaba siempre, era el que hacía el interrogatorio y golpeaba”.

“Nosotros (los ex presos políticos) creemos que podría haber varios Ramiros, pero esa voz estaba siempre cuando me interrogaban y me torturaban, presumo que podría ser Marino González”, dijo. La percepción le surgió en el año 2011 cuando lo escuchó hablar en el juicio por el secuestro y sustitución de identidad de los mellizos de Raquel Negro y Tulio Valenzuela, que lo tuvo sentado en el banquillo de los acusados y del que salió absuelto.

Antes, en la declaración que dio en 2008, María Luz contó que tras la tortura, cuando la patota se retiró, se presentó un soldado a tratar de consolarla, que le ofreció un mate y le preguntó “si podían tener relaciones porque la boca le hacía recordar a su novia”.

Más torturas

Al día siguiente, María Luz y Beatriz Pfeiffer fueron trasladadas a Paraná. Iban en el asiento trasero de un automóvil, encapuchadas y una arriba de la otra, mientras que en el baúl estaba José Luis Uranga, otro ex detenido político.

Primero fue trasladada a una casa operativa que los militares utilizaban para torturar en Lebensohn y Don Uva, cerca de los cuarteles. Allí vio a Emilio Osvaldo Feresín, en estado deplorable por haber sido salvajemente torturado. Feresín está desaparecido. En ese sitio fue torturada, golpeada y recibió patadas, hasta que luego trasladada al Escuadrón de Comunicaciones y finalmente a la cárcel, lo que suponía un blanqueo de su situación. “A pesar de ello, me sacaron en reiteradas ocasiones a la ‘unidad familiar’ para ser torturada”, aclaró.

Todas esas salidas, de ella y de otras detenidas, quedaron registradas en los libros del Servicio Penitenciario de Entre Ríos, donde consta quiénes las llevaban, hacia dónde y cuándo regresaban.

Una noche, por ejemplo, fue retirada de su celda y trasladada a la “unidad familiar”, un sitio de torturas en la cárcel de varones. Era una piecita con una cama y un baño. Había también una máquina de escribir donde una persona confeccionaba las actas con las declaraciones que les arrancaban a los detenidos bajo tortura.

–Te acuso, Gorda, de provocativa –le dijo uno de los interrogadores cuando la vio llegar vestida con una remera que le dejaba traslucir el corpiño.

Esto también forma parte del prejuicio social que persiste alrededor de la mujer que ha sido abusada: en algún punto ella es responsable, algo hizo para que eso sucediera.

María Luz finalmente fue liberada el 8 de octubre de 1976. “No tuve juicio ni nada, estuve todo ese tiempo ilegalmente detenida y en una situación de total vulnerabilidad”, resumió.

“Habrá que preguntarle a (Jorge Humberto) Appiani por qué no fui sometida a un consejo de guerra; seguramente él fue quien me evaluó”, agregó. Beatriz Pfeiffer, en cambio, sí fue sometida a esa parodia de juicio militar que se desarrolló en 1977, y fue condenada, al igual que otros militantes, por un supuesto intento de copamiento del Regimiento de Concordia, una excusa que utilizaron los militares para justificar la desaparición del soldado conscripto Jorge Emilio Papetti.

Mientras estuvo detenida, además, fue secuestrado y desaparecido Mario Menéndez, que era su pareja en ese momento y militaba en la Juventud Peronista.

Pero tampoco la libertad era plena, porque debía presentarse periódicamente en el edificio del Comando, para responder a los interrogatorios, arengas y retos de Trimarco.

Ocho días en la Base Aérea

Ayer también dio testimonio Néstor Antonio Zapata, un ex preso político secuestrado en Diamante el 11 de septiembre de 1975, golpeado y sometido a tormentos en la sede policial por Carlos Horacio Zapata, Zapatita, que era jefe departamental; luego trasladado a Paraná e interrogado bajo amenazas por Albaro Roldán (fallecido) y Carlos Alzugaray, dos policías de la Dirección Investigaciones.

Al cabo de unos días se blanqueó su detención y quedó alojado en la unidad penal.

Ya en la dictadura fue retirado de la cárcel, encapuchado y esposado, conducido al Escuadrón de Comunicaciones del Ejército y luego a una casita ubicada en cercanías de la Base Aérea, donde permaneció ocho días a merced de un grupo de tareas. Allí fue torturado con picana eléctrica en los genitales, recibió golpes y fue sometido a un simulacro de fusilamiento.

La patota estaba integrada por “cuatro o cinco personas” y cada uno desempeñaba distintos roles: “Uno picaneaba; otro morocho me apretaba la cara con la almohada y me decía que cuando quisiera hablar moviera las manos; otro me echaba el agua para que pudieran picanear”. En el grupo estaba Appiani. También reconoció a Zapatita, “por la voz y el olor a alcohol”, pero también porque lo conocía de Diamante: “Cada vez que pasaba por donde yo estaba acostado, me pegaba en la cabeza con la llave de las esposas”, recordó. “Era un psicópata y torturador crónico”, acotó.

En ese lugar pudo ver, entre otros, a María de las Mercedes Fleitas y Raúl Caire, ambos desaparecidos. “A ese muchacho (Caire), le dijeron que lo iban a llevar a la cárcel, pero que no lo iban a matar; después lo desaparecieron”. Fue fusilado en la Masacre de Margarita Belén, en Chaco, el 13 de diciembre de 1976.

Zapata fue sometido a un consejo de guerra y condenado a partir de una declaración que le obligaron a firmar en la Base Aérea. “Me hicieron firmar bajo tortura y estando encapuchado, nunca vi el contenido de ese papel”, dijo ayer. Mencionó también que Appiani intentó persuadirlo para que reconociera esa declaración como suya: “Me decía que dijera la verdad y que cuando el tribunal militar me preguntara, dijera que la declaración era mía. Me hizo la psicológica para que no dijera otra cosa”, agregó.

Una golpiza en la Policía Federal

En la audiencia de ayer también declaró Federico Emilio Hayy, que fue secuestrado por personas que supone pertenecían a la Fuerza Aérea y trasladado a la Delegación Paraná de la Policía Federal, donde fue recibido a los golpes.

–Mirame a la cara, montonero hijo de puta, soy el comisario Conde –le dijo el jefe de la fuerza mientras lo molía a palos.

“Yo estaba paralizado, pensaba que estaba ahí para que me mataran”, dijo Hayy ayer en la audiencia en la que debió ratificar la declaración que había dado en 1987 ante la Cámara Federal de Apelaciones, previo a la sanción de las leyes de impunidad.

Al cabo de unas horas fue trasladado al Escuadrón de Comunicaciones del Ejército. “Ahí había hambre, golpes, picana”, rememoró. En el calabozo pudo hablar con Luis Ricardo Pico Silva, que también estaba secuestrado, y le dijo:

Gordo, de ahí, de ese calabozo lo sacaron a Coco Erbetta.
–¿Y cómo lo sacaron? –preguntó Hayy.
–Lo sacaron –fue la respuesta escueta y contundente que le dio Pico Silva.

Victorio Coco Erbetta está desaparecido.

Después de un mes en los cuarteles, Hayy fue trasladado a la unidad penal, aunque el trato fue igual. “También de la cárcel seguían sacando gente e inclusive hubo algunos que fueron torturados dentro de la misma cárcel; y (José Anselmo) Appelhans estaba en pleno conocimiento de todo lo que pasaba”, aseguró. De hecho, insistió, como lo han declarado otros, que el director de la unidad penal los amenazó con aplicarles la ley de fuga. “Era un hombre muy servil, de baja estofa”, aseguró.

Hayy también contó que en una ocasión se le presentó Appiani en la cárcel para que firmara una declaración que luego se utilizaría en su contra en el consejo de guerra. Con el represor había otra persona que le dijo:

–Lo que pasa, Turco, es que a vos te entregó tu amiguito Claudio Fink –dando a entender que también estaba secuestrado.

Fink permanece desaparecido.

La parodia de juicio terminó, como en todos los casos, con su condena. Pero para graficar lo ridículo del cuadro, Hayy señaló que “el consejo era presidido por un teniente coronel que estaba totalmente borracho”, en referencia a Carlos Patricio Zapata (fallecido).

Fuente: El Diario.