Un ex detenido político dijo que Appiani dirigía sesiones de tortura

21/10/2014

Juan Cruz Varela La voz del inquisidor parecía fundirse en un zumbido. “Cada maestrito con su librito”, le decía el verdugo, sentado en un borde de la cama, una cama que en realidad era una parrilla metálica donde Manuel Ramat estaba desnudo, atado de pies y manos y que a veces los torturadores mojaban para


Juan Cruz Varela

La voz del inquisidor parecía fundirse en un zumbido. “Cada maestrito con su librito”, le decía el verdugo, sentado en un borde de la cama, una cama que en realidad era una parrilla metálica donde Manuel Ramat estaba desnudo, atado de pies y manos y que a veces los torturadores mojaban para que la corriente eléctrica fluyera por su cuerpo.

“Cada maestrito con su librito”, repetía el represor Jorge Humberto Appiani durante las sesiones de tortura. “A ésta le hicimos de todo; podemos hacer lo que se nos antoje con ustedes”, insistía Appiani, con un cuadernito bajo el brazo, mientras Manuel escuchaba los gritos desgarradores de Rosario Badano, que era torturada en la habitación contigua en una casa operativa que los militares tenían en cercanías de la Base Aérea.

Los atroces padecimientos que contó Ramat, como también los que sufrieron y narraron Hipólito Luis Muñoz y Daniel Sequin, ocurrieron en Paraná, a quince minutos de la Plaza 1° de Mayo, y se están ventilando en el juicio escrito por los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura cívico-militar en esta zona de la provincia.

Torturadores

Ramat fue privado ilegalmente de la libertad el 30 de septiembre de 1976, aunque ya en los meses anteriores había sufrido persecuciones por parte de la Dirección Investigaciones de la Policía de Entre Ríos e inclusive cinco días antes había sido detenido y liberado, previo interrogatorio de un día en “un lugar muy cerca de la Base Aérea, que reconocí por la barrera y el sonido de los aviones”, recordó ayer, en la sala de audiencias de la Cámara Federal de Apelaciones, ante el juez Leandro Ríos.

Ese día se presentó con su abogado en la Jefatura de Policía y desde allí fue trasladado en un viaje que simuló ser hacia Santa Fe, pero que terminó en la Comisaría de El Brete, adonde llegó en el baúl de un Ford Falcon, esposado y encapuchado.

“Estuve 45 días desaparecido en un lugar que infiero sería la Comisaría de El Brete; en ese tiempo estuve solo, pero tenía mi documento en el bolsillo”, señaló. Según dijo, “el trato era violento e inhumano”, pero aclaró que allí no le aplicaron picana eléctrica. Fue interrogado en el sótano de la sede policial, mediante amenazas, golpes y puntapiés, y fue obligado a escuchar cómo torturaban a Luis Sotera, que también estaba secuestrado allí.

“Las condiciones eran inhumanas, había que comer con las manos y a ciegas; y las torturas eran a cualquier hora”, señaló Ramat. “Ahí todos eran torturadores, por el trato que daban a los detenidos; y algunos eran interrogadores”, graficó. En el último grupo, el de los “interrogadores”, señaló a “un oficial de apellido Carballo”, de la Dirección Investigaciones, quien en una sesión de tormentos le dijo “que desde 1975 estaban recibiendo instrucción de los militares sobre cómo torturar”.

Una mañana, lo sacaron de la sede policial, le dijeron “ahora se decide tu vida” y le gatillaron un arma en la cabeza. Después lo llevaron hasta el Escuadrón de Comunicaciones del Ejército. “Ahí me encuentro con una situación de semi-legalidad, porque por primera vez desde que estaba detenido me veían otras personas”, acotó Ramat.

Su detención se legalizó hacia mediados de noviembre, cuando fue trasladado a la cárcel de Paraná. Sin embargo, continuaron los traslados para ser torturado en la casita de la Base Aérea y en un lugar cercano a los cuarteles. “Quien hacía los traslados era un oficial de apellido Balcaza”, afirmó. Se trata de Ramón Oscar Balcaza, ex agente penitenciario, fallecido en 2010. Sin embargo, aclaró que “los traslados los hacía personal penitenciario, pero eran autorizados por (José Anselmo) Appelhans, que era el director del penal”.

Appelhans también apareció en el relato de las víctimas por un episodio ocurrido dentro de la cárcel. Corría el mes de diciembre de 1976 y monseñor Adolfo Tortolo, arzobispo de Paraná vicario castrense, visitó la cárcel de Paraná. Los detenidos políticos le mostraron las marcas de la tortura y le pidieron que intercediera ante las autoridades para lograr mayores garantías y mejores condiciones de alojamiento.

Enseguida de la despedida del prelado, el jefe del penal, Appelhans, reunió a los detenidos en el patio y los amenazó con aplicarles la “ley de fuga”, un perverso instrumento al que echó mano la dictadura para asesinar a disidentes políticos simulando que intentaban evadirse de los centros de detención.

“Nos juntó a todos y nos amenazó diciendo que éramos débiles, maricones, que no teníamos integridad moral y que él mismo se iba a encargar de torturarnos”, reseñó Hipólito Muñoz ante el juez Ríos. “Appelhans dijo que ellos estaban habilitados a aplicar la ley de fuga y que no volviéramos a hablar de esas cosas con nadie”, acotó Ramat.

Interrogador

Ramat fue juzgado dos veces por un consejo de guerra y condenado a 14 años y medio de cárcel. Como han venido contando los ex presos políticos, las pruebas de cargo eran las propias declaraciones autoincriminatorias que les obligaban a firmar en sesiones de tortura.

“Una vez, en la Base Aérea, apareció Appiani, se sentó en la orilla de la cama con un cuaderno y hacía como que anotaba cosas. Se notaba que era quien mandaba en los interrogatorios, era quien establecía las preguntas, llevaba todos los detalles y la cronología del interrogatorio”, aseguró el ex detenido político en su declaración.

Allí fue que Appiani le dijo esa frase que aún hoy recuerda: “Cada maestrito con su librito”. La mecánica era atroz: Appiani preguntaba, anotaba en el cuaderno, le aplicaban pasajes de corriente eléctrica por su cuerpo y volvían a preguntarle. Y así.

También Muñoz señaló a Appiani. El hombre fue secuestrado el 16 de agosto de 1976 en Strobel, encapuchado, trasladado al Escuadrón de Comunicaciones en Paraná y alojado en un calabozo. Como Ramat, fue estaqueado, interrogado y torturado con picana eléctrica en la casita de la Base Aérea y, de vuelta en los cuarteles, los verdugos lo subieron a un automóvil y lo hicieron intervenir en el simulacro de fuga de Victorio Coco Erbetta, que también estaba secuestrado en los cuarteles y fue desaparecido después de reunirse con Adolfo Servando Tortolo, entonces arzobispo de Paraná y vicario castrense.

Muñoz fue Luego trasladado a la unidad penal, otra vez llevado a torturar en la casita de la Base Aérea por una patota que encabezaba el oficial penitenciario Alfredo Ismael Duré y torturado durante un mes. De vuelta en la cárcel, una vez lo sacaron de su celda y lo condujeron “encapuchado y con un soga al cuello a una oficina”, donde reconoció a Appiani como la persona que le levantó la capucha. “Yo no supe quien era hasta que volví a verlo en el consejo de guerra”, dijo ayer ante el juez Ríos. Aquella vez, “había varias personas y una de ellas era Appiani, que vestía uniforme militar y tenía la función de hacerme firmar la declaración que me habían sacado en la tortura”, acotó.

Daniel Sequin también mencionó a Appiani y a Rivas. Detenido por la Policía de Entre Ríos el 17 de junio de 1975 en Diamante, Sequin pasó por las cárceles de Paraná, Gualeguaychú y Coronda, para volver a la capital entrerriana hacia fines de 1976. “Appiani era conocido en la cárcel porque andaba por ahí, siempre con Duré”, declaró ayer. En 2008, en la declaración judicial que dio tras el desarchivo de la causa, dijo haber visto cómo retiraban a detenidos políticos de la unidad penal y que al volver “eran despojos humanos”.

Un médico en la tortura

Como se dijo, Manuel Ramat fue salvajemente golpeado en la Comisaría de El Brete, sometido a pasajes de corriente eléctrica en la casita de la Base Aérea y luego nuevamente en una casa operativa del Ejército, en cercanías de los cuarteles.

“Antes de pasar a la unidad penal hubo una última sesión de tortura. No fue un interrogatorio sino que el único objetivo era dejar una marca, una huella sangrienta, y lo hicieron”, aseguró Ramat.

Al ingresar a la cárcel, fue revisado por un médico: Hugo Mario Moyano. “Cuando le conté lo que me habían hecho no se conmovió, ni anotó nada, ni me ofreció curaciones”, dijo. “Si no por una cuestión médica, al menos por una cuestión humanitaria era su deber dar atención a una persona en el estado lastimoso en el que yo me encontraba”, denunció. Reconoció, sin embargo, “a un enfermero de apellido Rodríguez, que se conmovió y me hizo varias curaciones”.

¿Dónde está Fink?

Claudio Marcelo Fink fue secuestrado de la casa de sus padres la fría mañana del 12 de agosto de 1976. Militares enfundados en uniforme de fajina lo arrancaron de la cama y se lo llevaron a medio vestir a la vista de Efraín, Clara y su abuela Sara, que vivía con ellos. A sus 86 años, su madre lo sigue esperando.

Clara denunció el hecho en la Policía, habló con militares y hasta con el arzobispo Tortolo. Nadie negaba el hecho, pero se pasaban unos a otros la responsabilidad.

Ramat contó ayer que en una entrevista que su esposa mantuvo con el mayor Alberto Rivas, en el edificio del Comando, el militar le dijo “que Fink estaba muerto; ella le preguntó entonces por qué no le decían la verdad a la pobre madre y Rivas le contestó que ellos no tenían que dar explicaciones” y agregó: “Hoy persisten en esa actitud miserable. Ellos les deben una respuesta a los familiares; esas madres merecen saber dónde están sus seres queridos, ellos saben la verdad y pueden contarla”, sentenció.

Fuente: El Diario.