Mazzaferri negó haber torturado y las víctimas contaron el horror

07/06/2017

Juan Cruz Varela “Los subversivos eran ellos; este señor. En Concepción del Uruguay no había violencia, no había grupos armados; tal vez leer, informarse, repartir panfletos podía llegar a ser considerado subversivo. Pero fueron ellos quienes vinieron a sembrar el terror”. Las palabras de Roque Edmundo Minatta, en el final de una jornada tan extenuante

Mazzaferri negó haber torturado y las víctimas contaron el horror


Juan Cruz Varela

“Los subversivos eran ellos; este señor. En Concepción del Uruguay no había violencia, no había grupos armados; tal vez leer, informarse, repartir panfletos podía llegar a ser considerado subversivo. Pero fueron ellos quienes vinieron a sembrar el terror”. Las palabras de Roque Edmundo Minatta, en el final de una jornada tan extenuante como intensa, resumieron lo que se vivió en la sala.

Las víctimas describieron con absoluta claridad las torturas más terribles que pueda soportar un ser humano. César Román y Roque Minatta contaron los peores días de sus vidas, sus peores padecimientos, y lo hicieron sin caer en la bajeza de las bestias. Fue, para ellos, revivir el horror. Fue también un desahogo, el desahogo de un grito contenido durante cuarenta años que pudieron hacer delante de la bestia que los secuestró, los torturó y los sometió a vejaciones terribles. Todo eso pasó.

Todo eso pasó en la Delegación Concepción del Uruguay de la Policía Federal en los días siguientes al 19 de julio de 1976 y tuvo como víctimas a estudiantes secundarios de la ciudad. Este martes comenzaron a ventilarse esas historias ante el tribunal integrado por los jueces Beatriz Caballero de Barabani, Otmar Paulucci y Sebastián Gallino.

El represor José Darío Mazzaferri está acusado de integrar una asociación ilícita, en el marco de un plan sistemático de persecución y exterminio de militantes populares, y por delitos que se resumen en allanamientos ilegales de domicilio, secuestros y tormentos a un grupo de ocho víctimas que permanecieron confinadas en esa sede policial.

El señor amnésico

Mazzaferri nació en Capital Federal el 11 de septiembre de 1952. Llegó a Concepción del Uruguay en enero de 1976, con 23 años y el grado de oficial subinspector, pero a pesar de su juventud enseguida quedó a cargo del área de inteligencia de la Policía Federal, que funcionaba bajo el rótulo de “oficina técnica”.

A partir del 24 de marzo esa área comenzó a funcionar como una estructura paralela a las actividades formales de la fuerza y desde allí se coordinaban y ejecutaban las operaciones de represión ilegal.

Pero Mazzaferri niega todo o dice no recordar nada de eso. Dice que la delegación de Concepción del Uruguay “no tenía actividades como auxiliar de la justicia” por una cuestión burocrática que le asignaba esa función a la Gendarmería, y que las tareas se limitaban “a la tramitación de cédulas de identidad, pasaportes y cuestiones administrativas”.

Según dijo, lo suyo era “la vocación de servicio y ayudar al prójimo” y negó las acusaciones, aunque de una extraña manera: “Mi memoria no recuerda estos hechos; incluso hay cosas que no es posible que hayan ocurrido”, dijo en un momento de su declaración. Reconoció, sin embargo, que tenía un automóvil Dodge 1500 de color negro –al que las víctimas reconocen como el vehículo en el que se hacían los procedimientos de detención ilegal–, al que estacionaba en la puerta de la delegación.

También negó haber participado de operativos de detención de personas y allanamientos de domicilios, es decir, en el tiempo que permaneció el Concepción del Uruguay, jamás detuvo a nadie. “Siempre fui muy apegado a las normas jurídicas”, afirmó.

Sin embargo, no pudo ni siquiera ensayar una explicación cuando le hicieron notar que en su legajo constaban dos felicitaciones por haber tenido una “destacada actuación” en actividades denominadas como “hechos antisubversivos”, una que data del 27 de octubre de 1976 y otra fechada el 5 julio de 1977, ésta última con la firma de un tal “subcomisario Fernández”, que podría ser el entonces jefe de la Delegación Paraná de la Policía Federal, José Faustino Fernández. No supo qué decir y se le ocurrió que “a veces se hacían recomendaciones para incentivar al personal”.

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Los estudiantes secundarios

César Manuel Román contó que fue abordado por dos integrantes de la Policía Federal, en la esquina de su casa, el 19 de julio de 1976. Los identificó por sus apodos de Cordobés y Manchado –por una marca que tenía en el pómulo–, lo tomaron de los brazos y del pelo, lo encañonaron y lo empujaron hacia el interior de un Dodge 1500 negro que estaba estacionado frente a la casa donde vivía con su madre.

Se trata de Luis Oscar Varela, alias Cordobés, y Jorge Alberto Rodríguez, apodado Manchado o Parche.

Ya en el auto comenzó la golpiza:
–Pendejo de mierda empezá a cantar porque te vamos a matar. Decinos dónde está el mimeógrafo y dónde están las armas –le decían entre trompada y trompada.

Antes, otros integrantes de la patota, Julio César Rodríguez, alias Moscardón Verde, y Francisco Crescenzo, habían desvalijado completamente su dormitorio, quitaron los posters de las paredes y se llevaron libros, revistas y todo cuanto encontraron al paso.

Luego contó detalladamente el día por día de su cautiverio. Dijo que fue alojado en un lugar que denominaban Casino de Oficiales y que estuvo solo unos minutos, hasta que apareció el subjefe de la delegación, Alfonso Ceballos, para decirle que aporte algún dato sobre el mimeógrafo; luego ingresaron el Moscardón Verde, que le pegó “una tremenda trompada”, Masaferro –como se hacía llamar Mazzaferri–, los dos secuestradores y otra persona, y lo llevaron a una habitación contigua. “Masaferro me pegó con la palma de la mano en los oídos y el Moscardón me pegó varias trompadas y una tremenda patada en los testículos que casi me desmayó, entonces quedé en el suelo, hecho un ovillo, con un dolor muy intenso, y recibí patadas de todos lados. Fue la paliza más grande que recibí en mi vida”, relató Román.

Cuando lo devolvieron al Casino de Oficiales ya estaban ahí Juan Carlos Rodríguez y José Pedro Peluffo, también secuestrados; después llegaron Víctor Baldunciel, Juan Carlos Romero, Miguel Ángel Zenit y Mario Hugo Maffei.

Al segundo día se repitieron los golpes y Mazzaferri le hizo un simulacro de fusilamiento: “Sacó su pistola, me la apoyó en la cabeza y gatilló varias veces”, contó.

Al tercer día, un miércoles de lluvia intensa, sacaron a los secuestrados al patio y los dejaron a la intemperie durante toda la noche.

“El cuarto día fue el peor, no por lo que me pasó a mí, sino por lo que vi”, aseguró Román. Esa noche lo sacaron de la habitación donde estaba recluido, lo encapucharon y lo hicieron subir por una escalera caracol hasta un lugar que denominaban “oficina técnica”. Ahí estaba Carlos Martínez Paiva, acostado sobre el elástico de una cama, desnudo, atado de pies y manos. Cuando apareció, Mazzaferri, que con una picana en la mano, lo miró y le dijo:
–Cantá, pendejo hijo de puta, porque si no sigo con vos –y le aplicó un pasaje de corriente eléctrica en los testículos a Martínez Paiva, que estalló en un grito y se arqueó del dolor.

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El último de la lista

Roque Edmundo Minatta militaba en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) y, a través de la Juventud Peronista (JP), en un barrio llamado La Concepción. Cuando la patota fue a buscarlo a su casa estaba en Trelew, provincia de Chubut. A la madre la empujaron; al padre lo golpearon y amenazaron; y a la empleada le ordenaron que cavara un pozo para buscar el mimeógrafo.

–O nos dicen dónde está el mimeógrafo o a tu hijo lo hacemos boleta, por subversivo y porque les está metiendo cosas raras en la cabeza a otros chicos –dice que le dijeron los integrantes de la patota a su padre.

No encontraron lo que buscaban, pero se llevaron libros y carpetas con apuntes escolares.

Minatta volvió varios días después a Concepción del Uruguay, “disfrazado”, en avión, e inmediatamente fue conducido a la Policía Federal por el subcomisario Ceballos.

En la sede policial estuvo “tres o cuatro días solo”, porque el resto de los estudiantes habían sido liberados en los días previos. Dijo que estuvo alojado en el Casino de Oficiales y que fue sometido a tormentos en una pieza en el piso superior. “Lo único que les interesaba era que les dijera dónde estaba el mimeógrafo”, contó.

En su caso le hicieron el teléfono –que consiste en aplicar fuertes golpes con las manos abiertas en los oídos–, lo golpearon entre varias personas y otro tipo de vejámenes. “La tortura física la ejecutaban Mazzaferri y el Moscardón Verde; la tortura psíquica estaba a cargo de Crescenzo”, señaló.

En el mismo momento, aunque en otra habitación, estaban detenidos Martínez Paiva, Carlos Valente y Darío Morén. Mazzaferri les hizo un simulacro de fusilamiento que Minatta debió presenciar.

Según la descripción que hicieron Román y Minatta, en la Policía Federal había una estructura legal que funcionaba de día en la delegación, en la cual se elaboraban documentos, cédulas y demás trámites administrativos; y una estructura paralela en la que “el terror empezaba a la tarde-noche, cuando se cerraban las oficinas”, graficó Minatta.

Por estos hechos, en el año 2012, Rodríguez fue condenado a 15 años de prisión y Crescenzo recibió una pena de 10 años de cárcel. Mazzaferri evadió el juicio porque estaba prófugo.

Fuente: El Diario.
Fotos: Juan Martín Casalla.